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Alfonso Guerra en el gallinero

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En realidad, fue en El Hormiguero. En la cadena tres de nuestra televisión. Y tuvo impacto, hasta tres millones de televidentes con un aumento del 20% sobre lo que resulta habitual. Exprimió a la audiencia con una relevancia y un significado más allá de la apariencia.

Porque un activo principal del partido socialista fue el amplio espacio de acogida siempre disponible para la crítica y la libertad de expresión en todo momento inmarcesible en los contornos de la lealtad hacia el partido. El debate y el disenso no lo eran para dividir sino para fortalecer.

Lo aparente fue que el Partido Popular, incapaz por falta de efectivos para hacer oposición de quilates, contó con la contribución impagable de Alfonso para decir esas cosas que ellos no saben o no quieren expresar con esa solvencia intelectual. Pero en realidad no fue a prestar un servicio al partido de la oposición. Fue a prestárselo a su partido, aunque las apariencias dictaminen otra cosa.

Alfonso ya no es la sombra de la sombra de lo que un día fue. En las esferas socialistas de antaño era Roma Locuta, o lo que es lo mismo, escuchado Guerra podía continuar el partido, pero con el balón desinflado.

Hoy el partido socialista cuenta con una militancia envidiable, pero una parte de la nomenclatura está contaminada de la condición de cargo superfluo. El hombre superfluo es en origen aquel personaje de Turguénev que decía que al ser superfluo y tener un candado en su interior, le costaba expresar sus ideas. Una enfermedad logocéntrica que es la tendencia a encerrarse en su propio lenguaje.

Alfonso es un vector de energía, pero ha perdido su condición de clásico porque un clásico es un personaje que se reencarna de forma sucesiva entre los pliegues de nuestra memoria ya sea individual o colectiva. Pero tampoco es un imprudente. Bernard Shaw repetía que imprudente es simplemente hacer, seguir viviendo. Guerra estuvo en El Hormiguero como aquel sabio americano y decidió no hacer más cultos a los cultos ni más incultos a los que ya lo son y lanzarse hacia una pieza de caza mayor, divertir a las masas.

Pero el mensaje era inapelable porque según nuestro hombre lo que sucede en el partido socialista es un paréntesis. Su trayectoria, 144 años lo avalan y en ese paréntesis la gran duda es si lo sucedido se parece a un 18 de Brumario, porque este acontecimiento tiene una parte viciosa, fue un golpe de estado y tuvo la arista virtuosa porque abrió las puertas de todas las ilusiones y las ventanas de todas las esperanzas. Le puso fecha al inicio del declive o del paréntesis, aquel día en que las elecciones primarias ganaron carta de naturaleza. Momento inaugural del cesaropapismo.

En fin, que Alfonso Guerra le hizo un servicio a la oposición diciendo cosas en forma de perlas selectas y al partido socialista proclamando que este partido admite la crítica y la riqueza de la diversidad. Mientras tanto el público pasó a cultivar su jardín que recordemos es la doctrina de Voltaire que aconseja que como no podemos cambiar el mundo nos preocupemos de las cosas en el ámbito más próximo de nuestra propia realidad cotidiana.

Pero no podemos olvidar que Guerra es el autor del ucase, el que se mueve no sale en la foto. Esta frase pasada por el filtro de la hermenéutica destila a Robespierre que a lo mejor aconsejaba no moverse para procurar un corte más limpio de la guillotina. Y sometida al detector de ondas de la escolástica destila a Jesús de Nazareth que de forma tan resuelta exigía dejarlo todo para seguirlo.

El 25 de junio de 1993 Guerra perdió la votación más reñida que se recuerda a cuento del nombramiento de Carlos Solchaga por la Comisión Ejecutiva Federal como presidente del Grupo Parlamentario Socialista. Quince contra trece. Alfonso era el vicesecretario general y nada impidió esa increíble votación que el mismo perdió, insólita a la mirada de hoy. Pensemos entonces sí es el partido o quienes lo habitan quienes han extendido la patología del hombre superfluo. Jerónimo Saavedra votó con los ganadores y a las dos semanas era nombrado ministro. 

Imposible terminar sin pensar en Jerónimo. Desafiaba las leyes de la naturaleza porque volaba siempre alto, pero se hacía sentir en todo momento cercano. Ahora que has iniciado el viaje más largo mantienes la proximidad porque yo ya te echo de menos. Cosí fan tutte, que era una de tus óperas favoritas.

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