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¡Que alguien pare esto!

Juan García Luján / Juan García Luján

Por eso la radio traía a casa el ruido de la calle. Después de los cuentos de Mara González, (un beso, compañera), salía corriendo para no perder el micro de colegio. Por el mediodía creo recordar que estaba David Hatchuel con su Antena Abierta, con sus corresponsales en Valsequillo o Teror. Así era la radio del país. También había programas de Madrid. Por ejemplo la radionovela Lucecita. Por la noche, cuando se apagaba la luz de la habitación de mis padres, se oían las noticias de hora 25.

Por eso no es extraño que cuando descubrí Radio Guiniguada me apunté corriendo. Cada lunes subía al Lomo Blanco, con mi mochila llena de casettes con música de cantautores. Todavía no era mayor de edad cuando me senté frente a los micrófonos de aquella radio comunitaria. Unos cartones de huevos aislaban el ruido de las guaguas que frenaban frente a la Universidad Laboral. Por allí, en Radio Guiniguada, conocí a Gregorio Figueras y a Paco Santana, estaba naciendo Piedrapómez. Después me fui a la universidad, y allí también había radio, y me apunté sin dudarlo.

En verano regresaba a la isla y algunos años estuve de prácticas en Radio Canarias Antena 3. Después de la carrera volví al Sebadal, y en la misma calle donde hoy navego en El Correíllo firmé mi primer contrato laboral en Canal 28 Onda Cero. Seis años de aprender mucho con compañeros que entendían que este oficio sólo vale la pena cuando la libertad, el rigor, la crítica y el periodismo son los mejores amigos de la radio.

Después conocí todas las caras de la televisión. La pública y la privada. Pero tuve la suerte de que la radio volvió a llamarme. En CANARIAS AHORA volví a tropezarme con gente que no entiende el periodismo sin la libertad y la crítica, aunque sea más complicada la supervivencia. Con esta radio que he conocido es difícil que llegue el desamor. Muy difícil. Me gusta la radio porque la palabra manda más que la imagen, porque los tonos ponen los colores, porque creo que es el medio donde la gente es más espontánea, donde incluso los políticos son menos actores. Me gusta la radio porque hay una complicidad muy grande con el que escucha.

Pero, cuidado. Sería falso pensar que el paraíso está en todos los lados. La radio también puede ser un infierno. Hace unas semanas me pasaron una llamada de teléfono. Saludé y me empezaron a hacer preguntas sobre el programa que había hecho el día anterior. Reconocí la voz del elemento. Un personaje de una emisora de Telde, que entre los años 2003 y 2007 fue el portavoz oficial de la banda Faycán, ese grupo de atracadores que convirtió el ayuntamiento de Telde en la cueva de Ali Babá. El personaje comenzó a hacerme preguntas sin avisarme previamente de que estaba en antena. Pero uno es perro viejo y lo trinqué desde el minuto uno. Le pregunté por la ética periodística y le conté que es una asignatura que se estudia en la universidad. Por la noche en la redifusión me molesté en escucharlo y comprobé que antes y después de hablar conmigo estuvo insultándome. Me preocuparía si ese elemento hablara bien de mi, por eso sus pretendidos insultos los pondré en mi currículum.

Ayer, en otra cadena de radio, volví a escuchar una entrevista a una persona a la saludaban diciéndole : “te llamo para solidarizarnos contigo”, y al minuto comenzaba un interrogatorio. Un locutor que entrevistaba a un hombre débil, que apenas se le entendía. El micrófono de la radio puede ser el inicio de un viaje a la comunicación y a la libertad, o puede ser un invasor que entra en la casa de otro, de alguien que acaba de salir de la unidad de siquiatría debido a todas las presiones sicológicas que ha sufrido. El micro roba la intimidad de la víctima, le saca las tripas y las expone en público. Es difícil definir lo que presencié ayer. Por eso este artículo es un ejercicio de memoria, he tenido que recordar muchos años, mucha radio, muchos programas, para recuperar mi enamoramiento de la radio.

El mismo día que algunos periódicos pedían perdón por el trato que le hemos dado a este hombre, en un medio público lo exhibían en toda su debilidad, aparentemente sin avisarle, y lo interrogaban sin consultar a su abogado ni a su sicólogo. Tuve oportunidad de comentar con compañeros de diferentes medios ese interrogatorio a un hombre sedado emitido ayer en la radio autonómica. Todos me expresaron su bochorno ante esta segunda exclusiva mundial en poco tiempo después de aquella en la que nos contaron que había un tercer niño desaparecido en Canarias.

Hace unos días el abogado de Diego había declarado que su defendido estaba dispuesto a dar una rueda de prensa para contar su versión de los hechos. Lo iba a hacer cuando se encontrara bien anímicamente, cuando saliera del oscuro túnel en el que sigue metido. Lo que ayer hicieron con Diego no fue justo ni necesario. Sólo ha tenido una utilidad: la reproducción de esa “entrevista” en periódicos digitales ha servido para que la jauría vuelva a sacar sus colmillos, los mismos que pedían la pena de muerte para Diego, ahora aprovechan la difusión de esta entrevista para fusilar en la plaza pública a los médicos o a la guardia civil. ¡Que viva la sangre y las lapidaciones!

Que alguien pare esto, por favor. Por la dignidad de muchos buenos profesionales que trabajan en la Radio Autonómica, por la recuperación de la radio como medio útil, cercano y mágico.

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Juan García Luján

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