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Mi amigo Ramón

Gara Santana

Tengo un amigo que se llama Ramón. No sé dónde duerme, porque cuando me despierto él ya está ahí y cuando vuelvo a mi casa para irme a dormir el sigue “ahí”. Supongo que forma parte de esta calle, de este paisaje. No siempre fui amiga de Ramón, no fuimos presentados oficialmente. Fue después de verle 50 veces que decidí que ya era una persona “conocida”, “familiar” y que no era “peligroso”. De hecho es lo que solemos hacer con nuestros afectos, o ¿acaso no hay en su entorno algún ser despreciable al que siempre saluda, solo porque es cotidiano? Esto demuestra la teoría de que lo peligroso no lo es tanto por suponer un riesgo para nosotros sino por ser desconocido.

El día que saludé a Ramón por primera vez me pidió dinero, es lo que hacen los amigos, pensé. Saqué lo que tenía suelto y se lo di, usando un tono maternalista le toqué el hombro y le dije “tómate un café”. Paremos aquí, ¿Qué quería demostrar yo con este comentario? ¿Que soy chachi por no darle el dinero para droga y alcohol? ¿Acaso los amigos no se invitan a copas?

El día que supe que Ramón se llamaba Ramón no lo supe por una presentación formal, sino que use mi método inductivo infalible, ya que me dijo que era su santo el día de San Ramón Nonato. Pensé en cuando le pusieron ese nombre sus padres. Cuando un niño nace, en el contexto que sea, la alegría es inmensa porque se depositan en él toda suerte de esperanzas e ilusiones, junto con deseos de que sea feliz. Si los padres vieran ahora a Ramón no sé cuántos años después viviendo en la calle tal vez se entristecerían o les daría vergüenza o remordimiento, no lo sé.

Otro día que vi a Ramón, le vi tremendamente deprimido. Se acababa de enterar de que su sobrino había tenido un accidente de coche y nadie se había dado cuenta de que había caído a una cuneta y cubierto por los arbustos había permanecido allí 14 horas sin que nadie le viera. Horas más tarde su sobrino murió en el hospital.

Me sentí conmocionada porque la noticia en sí me había impactado y ahora estaba delante de un afectado indirecto. Pensé que Ramón siente como todos los Homo Sapiens, como yo. Acababa de recibir esa noticia y allí estaba el tío, entero con los ojos inundados en futuras lágrimas, pero allí estaba. Supe entonces que mi amigo Ramón es una persona fuerte, (casi indestructible) y que ni siquiera podía permitirse una “baja” por sufrimiento, porque la calle no da tregua de ningún tipo.

Ayer volví a ver a Ramón, le vi venir y no me apetecía hablar con él (ni con nadie) no es porque me fuera a pedir dinero sino porque no estaba yo de humor para nadie y mientras yo me llenaba la cabeza de estas absurdas preocupaciones, Ramón pasó de largo sin apenas mirarme. Y es que mi amigo Ramón no mira a nadie, porque nadie le mira a él, es parte de la ciudad y de su paisaje, es invisible como lo fue su sobrino 14 horas, pero él lo ha sido y lo será toda la vida. Mañana invitaré a Ramón a una cerveza y mandaremos a hacer puñetas todo lo demás.

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