Amigos y poderes

La primera es que jamás se me ocurriría referirme a los malestares existentes en el seno de CC si esos malestares no existiesen y no los hubiera constatado. Uno distingue bien entre sus tareas periodísticas, que le obligan a investigar y a utilizar sus fuentes, y su labor literaria en la que cabe la invención y la fantasía. Si trasmito al lector que Paulino está siendo cuestionado gentes importantes dentro de su partido, estoy limitándome a informar sobre algo autentico que puede incidir ?cómo no lo sé- en el futuro inmediato de la política en el Archipiélago.

Respecto a “mis amigos socialistas”, sucede que uno tiene amistades en general, sin que abunden más las que se encuadran en unas siglas en otras. Uno elige a sus amigos no en virtud de su ideología, sino por afinidades personales. Tengo amigos socialistas, en efecto, pero también los tengo en la derecha, en el nacionalismo, en el comunismo, en el independentismo, y en la acracia, que es donde mejor y más cómodamente me siento. En estas Islas, y en espacios políticos de toda índole, hay periodistas que han medrado y que se han situado siempre en las órbitas del poder gracias a sus amistades inquebrantables. No es mi caso. Me da lo mismo quien gobierne, siempre que sea honrado y lo haga bien. O lo intente. Lo primero no lo discuto: creo en la presunción de inocencia. Lo segundo, en estos peñascos, parece utópico. No tenemos gente en la cantera capaz de gobernar en plan primera división. López Aguilar, que empleó la metáfora, me temo que tampoco. Derrotado por las matemáticas, que no por las urnas, no supo encajar el palo y no ha sabido emplear la baza que ha estado jugando su partido desde la ascensión de Zapatero: el talante. Muchos canarios que votaron a Juan Fernando, se lo pensarán a la hora de hacerlo otra vez, porque su airado discurso les asusta.

Y cuento a los lectores que me ven partidista un anécdota. La única vez que pedí socorro laboral ? yo las estaba pasando canutas- a un amigo socialista y poderoso que todos ustedes conocen me citó en una marisquería. Allí le contén mis cuitas mientras almorzábamos. Me aseguró que no podía hacer nada por mí y, a la hora de la cuenta, pagué yo. Él ni siquiera amagó con llevarse la mano a la cartera.

José H. Chela