Espacio de opinión de Canarias Ahora
Aragonés no es de Huesca
El alcalde de Arrecife de Lanzarote ha declarado que si su ciudad no hubiese estado enclavada en Canarias, sino en Cataluña o el País Vasco, el problema de la migración se habría resuelto. Yo no sé si Jonathan de León desconoce que en Cataluña y en el País Vasco aún quedan muchos problemas que resolver. Si, como dice el alcalde arrecifeño, los problemas catalanes están resueltos de antemano porque el gobierno central se comporta de manera genuflexa, no entiendo entonces por qué no han solventado ya el jeroglífico del procés.
Ya sé que no está bien que los migrantes que llegan a Lanzarote duerman en los aparcamientos de una comisaría pero a veces ocurren estas cosas porque nadie sabe de antemano cuántos africanos llegan a la costa ni qué día ni a qué hora. Es evidente que se trata de una resolución eventual para salir del paso porque es mejor pernoctar en una comisaría que hacerlo a la intemperie. O no.
El presidente de Canarias se quejó esta semana amargamente de que el Gobierno de España nos ha abandonado a nuestra suerte con la llegada de centenares de migrantes a nuestra costa. Sin embargo, Fernando Clavijo hizo ayer las paces con el ministro de Migraciones, igual que el día anterior las hizo con el titular de Interior. Curiosamente se trata de los ministros menos socialistas ya que ocupan sus cargos por sus conocimientos técnicos y no por su afiliación política. De hecho, José Luis Escrivá y Fernando Grande Marlaska fueron nombrados a dedo para altos cargos del Estado por el Gobierno de Rajoy.
Clavijo puede tirar de las orejas a los miembros del gobierno central pero también tendría que hacerlo con los presidentes de comunidades autónomas y alcaldes del PP, su socio en el Gobierno de Canarias, porque se oponen a compartir y distribuir equitativamente a los migrantes que llegan a las islas. Compartir la compartancia, que diría Fisco, el filósofo de Teror.
Fernando Clavijo perdió ayer una oportunidad de oro para comentárselo a los demás presidentes autonómicos que se reunieron en el Senado para escuchar las demandas del presidente de Cataluña. Clavijo se quedó en Canarias porque tenía que recibir a los citados ministros y por eso tuvo la excusa perfecta para no tener que aguantar a Pérez Aragonès y al resto de presidentes comunitarios.
Aragonès pidió de entrada la amnistía para los independentistas catalanes y de paso un referéndum de autodeterminación. Tras soltar el rollo de diez minutos, cogió su cartera y se volvió a Barcelona, dejando a los presidentes de comunidades del Partido Popular con la boca abierta y con ganas de cantarle las cuarenta.
En España tenemos unas lumbreras tremendas que cuando ven un cenicero con colillas aseguran que allí se ha fumado. Es lo que les pasa a los que presumen de constitucionalistas cuando afean a Pedro Sánchez su postura con la amnistía. Desde la oposición hasta Felipe González afirman que Sánchez no accedería a la amnistía si tuviese mayoría absoluta. Ya descubrieron la pólvora.
Si el Partido Socialista tuviese mayoría absoluta, aplicaría a rajatabla su programa electoral y no tendría que pactar con nadie. Es de cajón y de sentido común, cualquier zoquete sabe que pactar implica ceder. Nadie puede negociar si se niega de entrada a no mover ficha. Nadie puede alcanzar pactos desde posturas inamovibles.
Es evidente que Sánchez tiene que ceder si quiere llegar a acuerdos porque no posee mayoría absoluta para hacer lo que le plazca. Pues esto, que es tan sencillo de entender, parece que no lo comprenden ni la oposición ni Felipe González ni Alfonso Guerra ni otros lechuguinos que van de listillos cuando sueltan cada día tantas tonterías.
Si Pedro Sánchez no se hubiese mostrado refractario a la amnistía desde su etapa en la oposición, hoy lo habría tenido más fácil. No tendría que haber estado dando explicaciones a tanto enterado de la caja del agua. Su error fue decir que no era partidario de la amnistía. Seguramente no seguirá siendo partidario pero no es tan tonto como para creer que se puede formar gobierno en minoría invocando al Espíritu Santo en vez de a Puigdemont.
La política es el arte de lo posible. Para lo imposible dejamos a Núñez Feijóo.
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