Ayer y hoy: sometimiento y neototalitarismo
¿Casualidad? Ahora que se acerca un nuevo mes de junio, con casi milimétrica exactitud cae en mis manos un articulo de Julián Marías sobre la situación política en España antes de unas elecciones (las de 1987) y al leerlo me sorprenden la coincidencias en su descripción de antaño con la que hoy vivimos, más de 30 años después. Naturalmente ni Marías ni yo ni los profetas ni nadie podíamos imaginar que el mundo entero sería atenazado por una mortal pandemia. Fuera un dios bíblico, coránico o unos de los múltiples dioses hindúes el que nos mandaba tan terrible castigo o fuera a causa de la conducta desaforadamente antiecológica y destructiva de bosques y paisajes de los monopolios capitalistas o de la mentalidad industrialista, el caso es que entonces estábamos situados en un plano puramente político. Se trata aquí de memoria histórica que nada tiene que ver con la ley así llamada.
El artículo de Marías apareció en La Vanguardia el 8 de Junio de 1987. Título: El nacimiento de una nación. Allí Marias afirmaba que “España es nación socialmente milenaria, con medio milenio de existencia rigurosa como tal nación moderna; su nacimiento es remotísimo. Pero a veces puede dar cabezadas. Por fatiga o aburrimiento, tal vez por haber sido sometida a un tratamiento hipnótico. Tengo la impresión —y la esperanza— de que tras un breve, pasajero adormecimiento, España se dispone a despertar, a recobrar la claridad de la plena vigilia, a reaccionar sin sopor a lo que pasa, a lo que se le ofrece, a lo que se le presenta como si fuera la realidad. Son palabras suyas, de Julián Marías, no mías.
Y seguía diciendo: “Hace un año todavía no se advertían síntomas de este despertar que creo percibir. Por eso las elecciones de entonces, siendo tan importantes no representaron mayor novedad, fueron una prolongación inerte ligeramente atenuada de las anteriores. Las de este mes de junio de 1987, de menor alcance, acaso sean más interesantes y reveladoras. No me extrañaría que descubrieran mejor el estado real de los españoles. Y que estos, dentro de unos días, cayeran en la cuenta de haber dejado escapar un año antes una buena ocasión para volver a empuñar las riendas de su destino.”
Al leer lo anterior uno tiene que pensar si se trata del reestreno de una vieja película-documental ya vista y olvidada, y pensar si tendrían razón aquellos que alegaban que la historia no trabajada se vuelve a repetir, unas veces como tragedia, otras - diría Marx- como comedia.
En opinión de Julián Marías en aquellas fechas, junio de 1987, “no se podría señalar ningún hecho decisivo que hubiese provocado una variación sensible en la opinión pública. Lo que probablemente ha ido cambiando han sido las opiniones privadas”, individuales; esas mismas que durante el régimen (el de Franco) que hace un decenio terminó existían, y con gran vivacidad, pero no eran operantes por no ser públicas. Las que, tras año y medio de liberalismo sin democracia, cuajaron en una eficaz y razonable opinión pública, en las elecciones de 1977“. Recordemos que de aquel entonces nació la Constitución de 1978.
La situación actual (2021) es en cierto modo inversa, aunque Marías también entonces hablaba “de democracia imperfecta, en estado carencial, desprovista de las vitaminas que la hacen vivaz y creadora”. La situación originada por el bipartidismo es la que hizo posible un “estado de relativa apatía, de sopor, que ha aquejado a la sociedad española y ha comprometido tantas cosas, sobre todo tantas esperanzas”. Sólo a partir de la moción de censura de Podemos al PP de Rajoy se entreabrieron las ventanas a la luz originada por el desbloqueo de la conducta electoral.
Señalaba entonces Marías, con preocupación, “la disociación que se había producido entre cómo se sienten los españoles y su conducta electoral”.
Aquella disociación no ha terminado, por obra y gracia de un poderoso y masivo aparato propagandístico (no informativo) de medios privados que se amparan en la Libertad de Prensa para difamar a las izquierdas, ahora en el Gobierno, pero sin control eficiente del poder estatal ni, por supuesto, capaz de que “el sentir de las masas españolas se refleje realmente en un voto de castigo electoral a los originadores de su malestar”. El caso de Madrid lo evidencia.
En junio de 1987, Julian Marías, fiel discípulo de Ortega y Gasset, esperaba volver a “sentir confianza, pensar que iba a vivir de nuevo en un país alerta y por consiguiente lleno de posibilidades, con un horizonte abierto”.
Las personas como yo que por la edad han cumplido más de 30 abriles, o junios en este caso, sólo habrán podido leer el artículo de Marías en una hemeroteca o en el cajón polvoriento del abuelo o el de sus padres en que yacen viejas revistas y papeles olvidados. Y, a menos que se interesen por la filosofía política o la Política con mayúscula no habrán tenido ocasión de comparar etapas anteriores de la historia patria con la que ahora vivimos y padecemos. La Historia (con mayúscula) no empezó como parecen creer algunos jovenzuelos de recién cumplidos 18 o 20, con su entrada en la vida laboral o pública; o en el paro.
En su artículo Marías atribuía a la corona ser “el punto de apoyo de nuestra convivencia libre, jurídica, pacífica”. Era la opinión de un Marías que no conocía ni podía intuir que el entonces tenedor de la corona se convertiría en Emérito y sería criticado como fugado.
Al mismo tiempo, recordaba que hacía unos pocos años se había realizado una asombrosa transformación de la estructura política de España, sin violencia y con un grado de libertad que no habían conocido los españoles vivos. Hablaba, sin explicitarlo, del proceso de Reforma de Suárez y de la Transición, aunque no se puede decir que no hubo violencia pues bastaría recordar el asesinato de los abogados de Atocha el 24 de enero de 1977. Fueron asesinados por no someterse, como no se sometieron otros miles en aquel ayer ni el presente hoy de neototalitarismo encubierto en muchas cadenas mediáticas privadas que propician el sometimiento a las fuerzas poderosas de la derecha establecida y no democrática. La derecha democrática está silenciada o narcotizada por la desinformación y la campaña del miedo.
Y con ello surge la nostalgia de posibilidades desvanecidas sin razón justificada, por motivos secundarios y que no parecen válidos; y se empieza a sentir que no hay motivo para el retroceso, que esas posibilidades están ahí al alcance de nuestra voluntad, que no se han desvanecido para siempre. Y para muchos el Gobierno de Coalición progresista con Iglesias y Sanchez o con Yolanda Díaz es un vivo ejemplo de lo que, pese a la Pandemia y al obstrucionismo cerril y antipatrioóico de la oposición derechista, se puede hacer aunque no salga con letras grandes y gordas en los medios controlados y no libres.
Recuerdo que todas las palabras y frases en cursiva negrita que siguen son de la pluma y mente de Marías, quien sigue diciendo: “Creo que esta es la situación a comienzos de junio. No quiero exagerar: todavía estamos lejos de recobrar la salud política, de tomar plena posesión de nosotros mismos y de nuestro país. Los recursos para el adormecimiento son poderosos; hay una confusión considerable entre las gentes; la ignorancia de muchos es abrumadora: cada vez que en la televisión se pregunta a un grupo de personas por cualquier cosa. Invade la desolación. Todo eso se puede aprovechar, se va a aprovechar. Pero ¿hasta cuándo? Tengo la impresión inequívoca de que se inicia una tendencia —sólo una tendencia—a decir: hasta aquí. Confío, como siempre, en las reaccione personales. Son lo decisivo; en todo caso, por ahí se empieza. En la conducta privada, sobre todo si tiene consecuencias públicas, para la vida colectiva, es urgente empezar a decir ”no“ siempre que haga falta. Lo más terrible que le puede pasar a un país es que se diga ”sí“ a todo, como ocurrió hace un poco más de medio siglo. Se produce entonces una desmoralización progresiva, y cuando esto ocurre, todo es posible —quiero decir todo lo malo.”
Si esta situación, gracias al control del gobierno progresista y a la vacunación masiva, mejorase lo bastante, un viento de ánimo y confianza sacudiría la sociedad española que se pondría en pie y reanudaría su marcha hacia adelante, hacia las muchas cosas interesantes que la esperan, que pueden ser suyas. Ortega y Gasset forjó, a su regreso a España después del exilio, en 1945, el término “hiperadaptación”, sugerido por el comportamiento de algunas personas, incluso de su contorno próximo. Consideraba justificada la “adaptación”. Lo que en circunstancias difíciles hay que hacer para que no le corten a uno la cabeza o lo metan en la cárcel, o para poder darle de comer a la familia. Lo que le parecía gravísimo y de consecuencias desastrosas era la “hiperadaptación”, el ir innecesariamente más allá de lo necesario: saludar a quien no lo merece, considerar escritor a quien no lo es, frecuentar medios de los que es más correcto alejarse, aplaudir lo que reclama repulsa.
Con menos justificación que entonces, yo diría sin justificación alguna se ha producido en España una nueva oleada de “hiperadaptación”. Podrá pensarse que no tiene gran importancia, sus efectos son deletéreos. Esto es lo que debería cesar ya. Si así fuera, el proceso de recuperación de la salud sería rápido.
Según Marías : “Lo más importante es que no hacen falta grandes recursos: ni créditos bancarios, ni organizaciones políticas, ni espacios en la televisión, ni periódicos. Está al alcance de cada uno. Basta con preguntarse, antes de hacer algo, si verdaderamente se quiere hacer, si es eso lo que se desea, se estima, se apetece, parece valioso.”
“En ocasiones basta con callarse, o quedarse en casa, o no aceptar una invitación; otras veces hace falta algo más, tampoco tan difícil; principalmente, decir lo que se piensa; y, una vez que se ha pensado, obrar en consecuencia. Es sumamente fácil, y ni siquiera es verdaderamente peligroso. Dentro de unos días vamos a ver si mis esperanzas se confirman.”
Hasta aquí el oráculo de Marías. Cómo se ve, irradiaba optimismo. Yo que soy por naturaleza optimista dictamino que se equivocó entonces en aquel cambio que calificaba de “sumamente fácil ”, pues el cambio no se produjo. Cambios, sí, los hubieron entonces, y hoy siguen habiéndolos, pero no siempre han sido, ni son, los esperados, ni mucho menos los deseados.
La oleada de “hiperadaptación” que observaba Marías no se debía tanto al miedo heredado de la guerra civil provocada por el franquismo, sino al miedo originado por las falsas informaciones de los medios de comunicación.
Hoy la televisión ha sustituido a la predica del párroco o a la prensa de partido, lo que se dice en la pequeña pantalla se tiene como la suprema e indiscutible verdad. Nuestros ciudadanos adultos de hoy no han sido enseñados en las escuelas a leer críticamente la prensa, ni mucho menos a ver críticamente la televisión. Y por supuesto en los “colegios de pago”, a donde van los hijos de las familias pudientes, no se ha estudiado la historia de la guerra civil ni de la dictadura, como se ha hecho y hace en el resto de la Europa democrática.
De ahí la actitud insconscientemente devota de una gran mayoría del público hacia lo que las cadenas privadas de televisión y las “oficiales o gubernamentales” , sometidas todavía a costumbres del bipartidismo, emiten y opinan. Uno que, como yo, habita en Alemania y está acostumbrado a otro tipo de cadenas privadas y publicas de televisión se queda con la boca abierta entre la tendencia al vómito y el asombro permanente ante locutores y “moderadores” en diversos programas donde son más bien activos partícipes e “instigadores” a favor de una determinada tendencia política, violando la libertad de expresión y la libertad de Prensa, confundiéndolas con la libertad de empresa y la desinformación. No estamos en un país totalitario, pero nos encontramos con métodos neototalitarios que ayudan a la orteguiana “hiperadaptación”. Y la intoxicación sistemática no produce libertad sino que reproduce sometimiento.
Eso propicia un clima neototalitario.
Hannah Arendt, autora del famoso libro Los Orígenes del Totalitarismo, ha escrito también sobre que cada nacimiento es ocasión de libertad. De júbilo y libertad añadiría yo, si el nacimiento está inmerso en determinada circunstancia. Según nos ha documentado Arendt, sería el acontecimiento, sea revolución o elecciones, el que tomaría por asalto el significado que los propios protagonistas dan a sus acciones, cambiándolo radicalmente. Es decir, no siempre el actuante sabe las consecuencias de sus actos, a veces contrarias a las propuestas y deseadas (y la mayoría votante de Madrid seguirá viendo y viviendo la misma miseria laboral con salarios raquíticos y paro, así como insuficiente medidas sanitarias. En cualquier caso Arendt decía que nadie tiene derecho a obedecer y menos si las ordenes, disfrazadas como “libre opinión” o “informaciones” , vienen de la aristocracia terrateniente y bancaria.
En las ceremonias de la confusión actuales se acusa de populismo a fuerzas políticas determinadas, mientras se ignora que en las elecciones que elevaron a Rajoy y al PP al Gobierno fueron estos los que prometieron programas populistas que desmontaron una semana después, iniciando una campaña de rapiña para unos pocos y de miseria para los muchos. Los actuales votantes de la Ayuso madrileña que nada expuso de programa excepto la promesa a los capitalistas de bajar impuestos tendrán que recordarlo amargamente. Los actuantes o electores de entonces buscaban un cambio y se encontraron con un “cambiazo”. Temiendo expropiaciones se encontraron inmersos en una oleada de desalojos, expropiaciones, aniquilación de puestos de trabajo, estancamiento económico, aumento de impuestos, etc. El miedo a expropiaciones “comunistas” sometió al electorado a expropiaciones “capitalistas” (bancarias, privadas, etc.) despiadadas.
Pasó con un Rajoy ahora sometido a juicio y con un Partido popular juzgado y condenado por „corrupto“ y lo más probable es que vuelva a repetirse con Ayuso y sus aliados de VOX.
Se suele llamar “gatopardista” (según la novela de Lampedusa, llevada magistralmente al cine por Luchino Visconti) al político que busca una transformación política revolucionaria pero que en la práctica sólo altera la superficie de las estructuras de poder, conservando el elemento esencial de estas estructuras. El joven Tancredi, todavía garibaldiano, exclamó: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie” (en italiano: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi). Yo quisiera creer que el electorado, pese a las campañas electoralistas, se encontrará en un futuro no lejano en condiciones de propiciar un nuevo renacimiento más allá del frustradamente anhelado por Julian Marías. Y que todo siga estable en vías progresistas -sin violencias - para que todo cambie de verdad.
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