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La Bruni y la política

José H. Chela / José H. Chela

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De la Bruni algunos plumillas saben poco. Antes del “romance” con el inquilino del Eliseo, muchos ya admirábamos a la modelo no sólo por su belleza y su estilo, sino por un primer disco en el que era autora de casi todas las y que resultó una auténtica delicia. No sobra un solo corte y todos se disfrutan, desde la primera a la última nota. Un disco que pueden gozarse, por ejemplo, un padre pureta y su hijo adolescente en amigable compañía y sin discrepar, seguramente. Un colega habló, no hace mucho, de la potente voz de la Bruni. Como lo dijo sin ironía mostraba su desconocimiento. La ya primera dama francesa no canta: más bien recita en una especie de agradabilísimo y sensual ronroneo gatuno.

Uno se pregunta las razones del rechazo de los ciudadanos franceses a la relación Bruni-Sarkozy con visos de flechazo novelesco. Tal vez teman los contribuyentes que el estado de enamoramiento de su presidente le conduzca a un pasotismo momentáneo o que esa condición sea propicia al error, si no a la negligencia. Posiblemente sea esa la explicación. Pero, uno cree que un político enamorado es feliz, o eso se supone (al menos durante la temporada en que dura la tontuna de los arrumacos). Y un político feliz ?un hombre feliz, en general- no es proclive a hace putadas a sus semejantes, sino que tiende a compartir esa felicidad. Eso, en alguien con poder es positivo, se me antoja. Sarkozy podría, como mínimo coyunturalmente, tratar de poner en práctica lo que Adán Martín nos prometió a los canarios cuando fue investido presidente de esta Comunidad, sabiendo que su compromiso no era tal, sino pura teoría literaria.

En cualquier caso, la boda Sarkozy-Bruni nos demuestra, una vez más, las ventajas de la república sobre la monarquía. Un presidente republicano se casa ante una veintena de invitados, sin mayores parafernalias, celebra una fiesta íntima a sus allegados, y a la mañana siguiente sale a pasear con su flamante esposa y a tomar un café bajo el sol invernal de Versalles. Si quien se casa es un Rey ?o un príncipe- el jaleo que se organiza es enorme, los gastos suntuosos y el ritual grandilocuente y anacrónico. Y esa diferencia, sí, ya ven: envidia me da.

José H. Chela

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