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Carnestolendas

Teo Mesa / Teo Mesa

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Era precisamente al Dios Saturno a quien se destinaban las ofrendas en forma de fiestas, en agradecimiento a su simbólica representación por la continuidad de la vida. Y aquella existencia se glorificaba con sus celebraciones Saturnales en su honor y gratitud, por haber creado la agricultura, tan necesaria para obtener los frutos para el yantar y mantener física y saludablemente a la humanidad, y con ella a la civilización de sus hijos carnales.

Las saturnales estaban consideradas como fiestas divinas. Eran días dedicados, en exclusiva, a invocar y dar las gracias por los dones concedidos por el Dios mitológico romano. Y en su conmemoración, la festividad era consagrada a la disoluta diversión e igualdad entre todos los seres en absoluta bacanal y jolgorio.

Se paralizaba toda labor productiva; se clausuraban los tribunales de justicia; los negocios cerraban; las escuelas daban los días de vacaciones a sus pupilos; se anulaban las declaraciones guerreras; se hacían regalos los afectos amigos; no existía la maldad; ni la codicia patológica ni las avaricias; ni la corrupción ni el robo institucionalizado; se amnistiaba a los condenados; los esclavos romanos eran libres por esos quiméricos días de diversión, enfundándose el 'pileo' y, se sentaban en la misma mesa en las comidas, siendo servidos por sus amos. Y la sana alegría se desparramaba por todos los lugares, desconchabando todo orden establecido.

Y nadie podía aguar la fiesta de los goces (no sabemos, si también de desenfrenados goces de lujurias carnales, y demás hierbas...), entre las libertades, libertinajes y paranoias de las intoxicaciones etílicas que les producían los vinos de la Toscana. Simplemente se arrogaban la dislocada celebración con la exclamación de !saturnalia¡. Y todo era impune.

Se invocaba a los tiempos de Saturno, en que todos los hombres eran sencillos y gozaban de los mismos derechos, dones igualitarios y de la placentera existencia que les agraciaba el mitológico Dios, en controversia a las difíciles, diferenciadas y ardua vida, con la que fueron perjudicados y maleados, por otros dioses posteriores. Era, por aquellos días saturnales, todo un irreal sueño, una fiesta de solo unos días. Sin perdurar.

El orden y las reglas establecidas eran sobreseídas por aquellos días de festivos placeres y de transformación de la personalidad y estatus social. Un paréntesis en la vida social organizada en sus normas y en sus anquilosadas clases sociales entre los hombres.

Las disfraces carnavalescos tienen su origen en los cambios de trajes de los esclavos, quienes vestían con el traje del hombre libre: el pileo.

La máscara fue la mayor significación del carnaval. Constituyó la personalidad y distinción fantasiosa para los antiguos romanos.

Ninguna concomitancia tienen hoy los carnavales con los primigenios romanos. Los actuales carecen de gratitudes a ningún Dios, siendo totalmente paganos en su esencia. En nuestra tierra tienen el color y el calor del Caribe. Se hace una exaltación a la banalidad más absoluta, teniendo como objetivo la diversión carnal, el culto al cuerpo y la comicidad, omitiendo toda relación con la divinidad. Engullen la flor de loto, para olvidar todas las normas morales, y se hace que sea consumida (...o esnifada) por todos los carnavaleros, para honrar, en solo ese paralelismo, con los mitológicos: Eros, Venus y Dionisio. Y exacerbar los placeres carnales y la demencia momentánea que producen los alcoholes fermentados. Y Gea, por el cultivo y los humos de las hierbas alucinógenas.

Teo Mesa

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