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La caverna

José Miguel González Hernández

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¿Nadie ha visto nunca un burro volando? Son aquellas figuras équidas voladoras que surgen por la sugestión provocada por la venta de humo. También suelen aparecer cuando crece un interés inusitado por generar convencimiento sin necesidad de usar la verdad. En el hipotético caso de que lo haya visto, no se preocupe porque tiene arreglo. Solo tiene que acudir a las fuentes de información fiables y, sobre la base del conocimiento científico debe pensar, analizar y verificar lo que está viendo, dejando de lado la desesperación, la precipitación o la propia falta objetiva de entendimiento.

Porque si de algo hemos sido conscientes en estos tiempos, es que la velocidad de transmisión de la información es más rápida que la de cualquier virus. Las redes sociales y las telecomunicaciones hacen que, en cuestión de segundos, una idea, una noticia o una transferencia, dé la vuelta al mundo. Y esa circunstancia no es mala. Lo peligroso se ubica en la calidad de lo que se transmite. Tengamos en cuenta que, de los siete mil setecientos millones de personas que somos, internet tiene más de cuatro mil millones de usuarios con un promedio de casi seis mil millones de cuentas de redes sociales, en donde se gestionan sesenta mil millones de mensajes cada día en solo alguna de ellas. O, en otras palabras, si no te enteras de las cosas, es porque no eres de este mundo.

Ahora bien, al final, es tal la cantidad ingente de (des)información que terminas por discriminar. De hecho, utilizamos la captación de ese “conocimiento”, no tanto para cualificar nuestras convicciones, sino para justificar nuestros argumentos. A partir de ahí, no estaríamos hablando de la verdad, sino de MI verdad a través de la distorsión deliberada de una realidad donde los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales para generar realidades alternativas.

En la caverna de Platón se establecía que la verdad es independiente de la opinión. Está ahí, aunque nadie crea en ella. En estos momentos hay que añadir que, con la mentira, ocurre lo mismo. Está ahí y subsiste acaparando nuestra atención, permitiendo construir un relato sobre nuestras vidas. La (des)información es poder. Diariamente recibimos múltiples impactos con la finalidad de condicionar nuestras respuestas, ya sea en el campo del consumo, de la economía o de la política, intentando plantear un juego de suma cero en donde una parte gana a costa de la pérdida de la otra.

El día que aprendamos a incorporarle un criterio de falsación continuo a las aseveraciones que se nos plantean sobre la base de nuestras ansias de conocimiento, podremos decir que el progreso social va por buen camino. Huyamos de las soluciones fáciles y sencillas, porque algo esconden. De hecho, mientras tengamos la sensación de que estamos siendo conducidos sobre la base de los intereses de terceras partes, seguiremos en un estado de abducción continuada sin necesidad de que ninguna civilización alienígena tenga que venir a hacerlo.

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