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Cebrián, púlpito y penitencia

Santiago Pérez

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Supongo que será el fruto de muchos factores, pero el último artículo de Juan Luis Cebrián “Cumplir la penitencia”, publicado en el palco de honor de El País, parece escrito con el mismo desprecio  a la inteligencia de todos que el “argumentario” con el que la dirigencia del PP y los cañones de Navarone mediáticos de que dispone vienen agrediendo al Gobierno desde el mismo día de la investidura parlamentaria. Y, encima, intitulándose constitucionalistas.

Como aprendí desde muy joven, hace que lo que vale no es el “argumento de autoridad”, sino la autoridad de un argumento, me atrevo a analizar la doctrina impartida por uno de los personajes más influyentes de las últimas décadas. Que tal vez no se resigne a dejar de serlo, como algunos otros personajes de su generación. 

Veamos:

Con una autosuficiencia ridícula, Cebrián sostiene  -sin pestañear- que Pedro Sánchez convirtió absurdamente los comicios autonómicos y locales en un plebiscito sobre su persona. Pero un poco más adelante da por descontado que muchos de los sufragios emitidos en el 28M “no se emitieron tanto en favor de los vencedores como animados por el proyecto de derogación del sanchismo”. Una cosa y la otra no pueden ser ciertas: o Sánchez promovió el plebiscito o es la derecha empresarial que usa al PP como su ariete institucional, con el nada camuflado propósito de volver a convertir el Gobierno de España en mera sucursal de sus intereses, la que lleva casi toda la legislatura tratando de colocarnos en la disyuntiva “o Sánchez o España”. Y de paso ocultando, con ese ficticio dilema, que de lo que se trata es de derogar todo el programa legislativo y las políticas que ha desplegado el Gobierno progresista en un tiempo lleno de dificultades.

Cebrián afirma que el Gobierno saliente como cualquier otro “ha hecho algunas cosas bien”, como la “política social”, para atribuirla a la vicepresidenta segunda. Yolanda Díaz ha sido una figura crucial en los logros de este Gobierno. Pero Cebrián no ha tenido el menor empacho de intentar usar su nombre en vano (ya que estamos hablando de pecados y penitencias) con el mezquino propósito de dejar fuera al presidente de esas “algunas cosas bien hechas” que su magnanimidad le lleva a reconocer.

Después de hacer suyas cantaletas habituales como la del Gobierno Frankestein, pasa a sentar doctrina -sin tomárse la menor molestia en explicárnosla-  sobre asuntos internacionales y de paz y seguridad, acusando a Pedro Sánchez de practicar una política exterior “caótica y secreta, descrédito de nuestra diplomacia” y más adelante de “entusiasmo armamentístico”. 

O el insigne articulista ha vivido en los últimos años en la misma isla del Pacífico en la que algunos vigías del ejército nipón no se habían enterado durante años del fin de la II Guerra Mundial, o es difícil encontrar un período en el que la política española esté tan alineada con la de los países de la UE  y contribuyendo visiblemente a afrontar las consecuencias de la pandemia y de la guerra en una dirección completamente diferente a la que el conservadurismo neoliberal nos impuso a todos durante la década pasada. En este terreno, su inquina contra Sánchez le lleva directamente a despeñarse fuera de la realidad. Y, dada la personalidad del articulista, sin cortarse un pelo.

Es tan evidente la contribución del PSOE a la constitucionalización del Estado Social en España, a su despliegue efectivo , a su defensa y a su fortalecimiento y evolución, que las vaguedades del articulista sobre que la izquierda se pretende atribuir la paternidad del Estado de Bienestar y el modelo social europeo no merecen más comentario.

Lo de la “supervivencia del sanchismo” como amenaza para el futuro del socialismo democrático, además de exagerar hasta la caricatura algunas insidias de cierta vieja guardia del PSOE, parte nuevamente de desconocer que Sánchez fue elegido líder del PSOE en un proceso inimaginable, por carácter participativo y por sus garantías,  en cualquier otro partido del espectro político español. En el que, por cierto, resurgió volcánicamente eso que Felipe González llamaba el “fondo anarquista” de la militancia socialista. El liderazgo de Sánchez, con sus luces y sus sombras, y sus prioridades programáticas son sencillamente las respaldadas democráticamente en las primarias y en los congresos del PSOE.

Pero no quiero terminar sin referirme a uno de los temas más insidiosos y, en mi opinión, más graves de la doctrina Cebrián (y de la de “este” PP): la de sus alianzas “con quienes se han mostrado repetidas veces partidarios de la violencia”. Ya se adentraba en este tema hace un año en un artículo sobre las “puñaladas a la democracia”. 

Independentistas o no, integrantes o no hace años (algunos dirigentes de organizaciones políticas legales) de las organizaciones del ámbito de ETA, lo cierto es que, con la Constitución en la mano, quienes obtienen presencia institucional -a través de partidos y coaliciones legales-  como fruto de los votos de la ciudadanía tienen el derecho a ejercer en plenitud las funciones propias de su cargo. Se trata de un derecho fundamental de participación política cuya titularidad comparten diputados, senadores, concejales…y quienes le han votado. Porque ésta, la nuestra, es una democracia representativa. Y nuestra Constitución no instaura una “democracia militante” en la que algunas ideas y objetivos políticos estén  prohibidos. Sólo lo está el intentar imponerlos por medio de la violencia.

No puedo aguantarme las ganas de expresar la repugnancia y la indignación que me produjo la diatriba de Feijóo, sí el de las amistades peligrosas, y el uso obsceno de Bildu teniendo a su lado a Maroto, que no sólo pactó con los abertzales cuando ETA seguía asesinando, sino que intentó elevar ese tipo de pactos al rango de categoría: “Ojalá cunda el ejemplo”.

Al insigne articulista le pasa inadvertido que este PP, por cuyo retorno al poder parece suspirar, se ha negado ininterrumpidamente a apoyar cualquier propuesta del Gobierno en esta complicada legislatura. Ha sido su actitud una enmienda de totalidad a esas “políticas de consenso” de las que habla Cebrián. Tanto en la política interna como en las iniciativas ante la Unión Europea. Es aquí, en el terreno comunitario, donde no han escatimado ni Feijóo ni su predecesor en parodiar a su guía espiritual, Aznar, que tachaba a Felipe González de pedigüeño cuando se batía por la creación de los Fondos Estructurales y los Fondos de Cohesión.Y, por cierto, donde suman esfuerzos con Puigdemont para deteriorar la imagen de España. Eso es patriotismo. Lo demás son “vainas”.

¿Ha tenido que ver o no la estrategia del PP  de negarse a respaldar cualquier propuesta del Gobierno con el propósito forzarle a buscar apoyos para sacar adelante su programa legislativo y su política económica y presupuestaria en grupos parlamentarios como ERC o Bildu, para luego acusarle de ser socio de “golpistas” y de los “herederos-de-ETA”?

Lo de que “el paso del PSOE por la oposición podría facilitar su retorno a la centralidad”, así, es simplemente el corolario de todas las ofensas a la inteligencia de todos de las que rebosa la homilía y la exhortación a la penitencia que nos ha dedicado este personaje.

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