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Corte de mangas

José A. Alemán / José A. Alemán

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La queratosis, me dicen, la produce la exposición al sol si bien, en este caso concreto, pudiera irradiar de dentro como resultado de una inmoderada fricción de ideas; aunque la Ciencia no descarta que el calor pueda producirlo una sola idea, fija por supuesto, a fuerza de dar vueltas dentro de la cabeza a más velocidad que la luz; como las partículas que acaban de hacerle eso, tremendo corte de mangas, al bueno de Einstein. Aunque en este caso pudiera ser que la partícula ideal no encuentre para donde correr en la estrechez, ha de dar vueltas tan rápidas que choca consigo misma y de ahí la picazón.

Por si ustedes no siguen el serial pepitiano, cosa recomendable si les afecta demasiado la vergüenza ajena, diréles que la comparecencia del editor-director de El Día ante la Justicia (española, que también pica lo suyo) se debió a una querella de Angela Mena, esposa del presidente del Gobierno, dentro del plan de linchamiento judicial urdido contra él. No entro en los detalles del pleito y me voy al dicho corte de mangas a los periodistas; que, por lo visto, no era tal sino ejercicio del derecho constitucional de rascarnos como nos dé la gana, en la parte del cuerpo que lo requiera y en el lugar donde nos apremie, bonito fuera. Los periodistas, pensé, se equivocaron al no diferenciar una rascada de cabeza queratósica de la mandada a tomar por ahí; o a rascarse en el sitio de tomar aludido.

Yo creí al principio la versión de don Pepito porque, la verdad, no me parecía que un hombre como él, alzado contra el odioso colonialismo, recurra para expresar su pensamiento a una grosería de rancia estirpe española y contraindicada en todo un Hidalgo de Nivaria; salvo que la hidalguía, distinción castellana donde las haya, le tocara por sorteo, que la nobleza no es ya lo que fue. No casaba, en fin, su terminante rechazo editorial de la españolidad con un gesto como el que nos ocupa que en Canarias apenas se tolera en los campos de fútbol y eso dirigido a los árbitros cuando vamos perdiendo por 0-4, nos pitan penalti y nos expulsan a un jugador. O a dos.

Pero cambié mi primera impresión, o sea, dejé de creerlo, cuando la explicación del incidente que le escribieron ayer amplió el círculo de destinatarios del hispánico ademán al incluir a los enemigos de la libertad del pueblo canario, a los amantes de la españolidad y a los que quieren mantenernos como una vil colonia otros seis siglos, los que, digo yo, serán los mismos. Dice el delegado para la escritura pepitiana que él se limitó a rascarse, pero está dispuesto a aceptar la autoría de la malcriadez atribuida para dedicársela a todo el mundo; desde el último de los fotógrafos al primero de los mandatarios por las infamias que cometen contra el pueblo tinerfeño y el canario; que deben ser dos en su modo de ver las cosas.

Dejé de creerlo, además, porque no mencionó a los canariones entre los destinatarios. Imagino que no por debilitamiento de su denodado odio sino porque debe ser para él gesto tan preciado que no iba a regalárnoslo así como así. Aunque podría ser también que, en virtud del principio de que lo definido no debe entrar en la definición, diera por descontado que somos los aludidos enemigos de la libertad del pueblo canario y más españolistas que nadie al recibir de la metrópoli los medios de satisfacer nuestra mala entraña y dañar a Tenerife (a “su” Tenerife, claro) como repite a diario. Menos mal que se olvidó de los partidarios de la dieta mediterránea.

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