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Cosas del tranvía

José H. Chela / José H. Chela

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En general, las buenas gentes –incluso las más reacias al principio- han acogido no solamente bien, sino entusiásticamente el tranvía que, desde luego, y justo es reconocerlo, ha embellecido notablemente los lugares por los que transcurre. Pero, es que ya sabe: el personal es muy novelero y en el Chicharro todo lo que sale gratis tiene éxito. Por eso, estos tres días –hasta hoy mismo cualquier viaje es gratuito- se han formado largas colas en las paradas y los vagones multicolores van siempre a tope. Los ciudadanos en su mayoría no iban a ninguna parte. Por probarlo, decían, por ver cómo se va, si es cómodo… Hubo incluso algún vecino que declaró a la prensa en la mañana del domingo: - Yo, hasta el lunes, no me apeo, palabra. Si eso no es novelería, que venga Ricardo Melchior y lo vea. Se ha hablado mucho estos días de una recuperación histórica. Y es que efectivamente, en otra primavera de hace más de cien años (abril de 1901) se inauguraba el viejo tranvía tinerfeño, mucho más ambicioso que el actual puesto que llegaba a Tacoronte (el vino de toda la zona se llama así, porque los borrachines utilizaban ese medio para ir a beberlo in situ, que se dice). Dejó de funcionar en 1957, pero hasta los años setenta del pasado siglo los raíles y los adoquines sobre los que circulaba daban empaque y solera a puntos concretos del paisaje urbano de Santa Cruz, como la Plaza de España o Castillo. Esos adoquines preciosos y antiquísimos, que desaparecieron, porque los levantó el progreso han tenido que ser sustituidos por otros, mucho más feos, industriales y caros en nombre del progreso también. No deja de ser onerosamente paradójico.

José H. Chela

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