Mas (+) cotas y menos (-) niños

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Hace unos años visité Madrid y al salir del Metro en el Barrio de La Elipa me pareció estar en otro mundo. Aquella no era la Elipa que yo conocía, sino que más bien parecía una barriada hispanoamericana de cualquiera de sus repúblicas, bien podía ser Bolivia o Ecuador, Perú o Chile si por la gente que por allí deambulaba tenía que juzgar. El sentimiento de haber sido invadido me aturdió durante algún tiempo.

Un sentimiento parecido se apoderó de mí cuando hace cosa de un mes en Las Palmas de Gran Canaria, en las cercanías del Corte Inglés,  con unas temperaturas de 18 grados, todas las noches, obligado por las restricciones de la Pandemia, regresaba antes de las 10 a casa y en las semidesiertas calles veía a hombres y mujeres que paseaban a sus perros.  Y me dí cuenta de la escasez de niños en las calles, ausencia de la que no había sido consciente hasta ese momento.

La crisis económica, anterior a la Pandemia, agravada por la aparición de los mortíferos virus y sus continuas mutaciones ha hecho cambios en el paisaje humano. Cierto es que ya antes de la crisis económica y de la Pandemia el control de natalidad propiciado por los anticonceptivos había influido en la conformación de las familias. Pero la combinación de elementos destructivos para las antiguas formas de convivencia social, así como la creciente sustitución del antiguo sistema productivo industrial por el digital, me plantean, sin tener suficientes conocimientos para el pronóstico y menos aún para el análisis de lo todavía no existente, que nos acercamos a una crisis de civilización sin precedentes.

Arnold Joseph Toynbee,  el famoso historiador británico que en sus 12 volúmenes de A Study of History escribe sobre el surgimiento, auge y caída de las civilizaciones, avanzó una síntesis de la historia mundial, una metahistoria basada en supuestos ritmos universales de crecimiento, expansión y declinar. A la pregunta de si sus Estudios de la Historia debían entenderse más dentro de la categoría de los  historiadores o de  los sociólogos, el propio Toynbee respondió por el año 1960 que él mismo se definiría como un sociólogo. 

Este Toynbee  ha dicho: “Las autoridades de Salud Pública pueden reducir fácil y rápidamente la tasa de mortalidad, pero reducir la tasa de nacimientos exige la acción voluntaria de los individuos. Esto exige a su vez acceso a los contraceptivos y romper con el tradicional hábito de la Humanidad de reproducirse hasta el límite”. “Ello se refleja, -continua diciendo Toynbee-, en la doctrina de las religiones judaicas, en que el hombre recibió de Dios el mandamiento de sed fecundos y multiplicaos y someted la tierra”.(Capitulo I. versículo 28 del Génesis en el Antiguo Testamento).

Con las penurias económicas de los últimos años la natalidad ha decrecido en España, pero para el observador objetivo el espectáculo de los innumerables perros de todas razas y tamaños que son paseados o, dicho de otra manera, que obligan a sus propietarios a sacarlos de paseo a hacer sus necesidades elementales y diarias de orinar y defecar, ese espectáculo de ladridos, olisqueos y cagadas se ha multiplicado exponencialmente.                                         

Y es que el ser humano necesita cariño en su vida, tanto para recibirlo como para darlo. Y al no procrear, al no tener hijos su necesidad afectiva se dirige a las mascotas, que requieren menos cargas económicas, menos responsabilidad familiar y sentimental (aunque muchas veces hay quien quiere más a su perro que a su mujer o a su marido).

Y un aparente cambio en la actitud a nivel europeo e incluso occidental es que “la acción voluntaria de los individuos” de la que hablaba Toynbee para reducir la tasa de nacimientos se está produciendo con efectos preocupantes. La vida no llama a la vida en los parámetros actuales, sino a la seguridad, la comodidad y el bienestar que nos predican las series televisivas occidentales. Y es más fácil y barato alimentar a una mascota y sacarla de paseo que tener niños que educar, vestir, llevar a la escuela, etc.

Ya en China se han dejado ver los efectos negativos de la política estatal de “una familia un niño” ya que la mayoría de las familias tradicionales chinas al preferir al niño antes que a la niña ha dado como resultado que especialmente en el Sur hayan tenido que “importar” mujeres de los países asiáticos limítrofes e incluso se hayan dado casos de raptos. Porque una mascota no puede labrar la tierra ni trabajar en una fábrica u oficina, ni la producción de robots o máquinas inteligentes está a la altura de las necesidades.

En Estados Unidos, en Europa y, por supuesto, en España ya se empieza a ver la necesidad de más “nacimientos” propios no importados, ya que la mano de obra migrante, bien sea de países árabes, asiáticos o africanos, no está adecuada a las necesidades cambiantes de la moderna tecnología.  Pero mientras la propiedad de los medios de producción y de “información” estén en la manos de un capitalismo egoísta y anticuado será difícil y arduo salir del atolladero. No iremos hacia una sociedad más humana, sino más egoísta y la pescadilla se morderá la cola irremediablemente.

Ahora vemos el síntoma en la calles con “más mascotas y menos niños”. Si el síntoma pasa de ser señal o indicio de algo que está sucediendo y se convierte en algo fijo, constante, encostrado e inamovible, entonces estaremos envueltos en la vorágine de una civilización – la nuestra – que declina y se autodestruye sin necesidad de guerras, aunque desgraciadamente sea más que probable que esos conflictos armados rompan las fronteras subcontinentales y nos alcancen a los países del Hemisferio Norte por contagio o llevados de la mano de un Biden, un Putin, un Generalísimo chino o alguien con pretensiones mesiánicas y potencia económica suficiente.

Esto parece una visión pesimista que no llega a la altura de La Decadencia de Occidente de Oswald Spengler ni de las cíclicas previsiones de Arnold J. Toynbee, pero no pasa de ser una siniestra posibilidad a la que hacer frente desde el aquí y ahora, antes de que lo que es síntoma se convierta en enfermedad socioeconómica crónica e incurable para la que no se pueda encontrar vacuna o, como dirían otros, no se pueda poner a tiempo en marcha unas profundas reformas estructurales.

Y si hace años el sentimiento de estar siendo invadido me asaltó en Madrid, ahora el sentimiento que me asalta es de que el mundo que he conocido está despareciendo delante de mis ojos irremediablemente. Y sin tener nada en contra de las mascotas ni de sus dueños tengo que proclamar mis preferencias por un mundo con Más Niños en que la Vida llame a la vida y ésta sea más humana. Aunque bien sé que mis preferencias y buenos deseos poco van a cambiar las cosas mientras la reformas profundas brillen por su ausencia ... como la ausencia de los niños harán imposible el deseo evangélico aquel de “dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos será el Reino de los Cielos”.

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