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Vaya cruz

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El actual gobierno de Pedro Sánchez no es el primero ni seguramente será el último que conceda condecoraciones con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III pero eso tampoco le exime de hacer el pazguato con ese tipo de ceremonias ridículas que son más absurdas aún en estos tiempos de cólera y coronavirus.

Resulta muy feo estar condecorando a 23 personas, la mayoría de ellas ministros del actual gobierno pero también de los anteriores del PP, mientras que la gente está pasándolas canutas con una crisis económica y laboral que es el corolario de una gran pandemia. 

Produce mucha vergüenza ajena ver que entre los condecorados hay gente que ha tenido que irse por patas del gobierno por corrupción y fraude, como es el caso de nuestro paisano José Manuel Soria, que se vio involucrado en los papeles de Panamá con sociedades en paraísos fiscales y que luego para más inri mintió en directo en un telediario a toda España negando lo que posteriormente se probó y por lo que tuvo que dimitir como ministro antes de que su amigo Mariano Rajoy lo cesara en un santiamén por mendaz y mentecato.

Esto de la política no solo produce extraños compañeros de cama sino también caraduras indelebles que se acostumbran a vivir dentro de una casta privilegiada y a algunos incluso se les olvida quiénes son y de dónde vienen. Parece que es pisar la moqueta en el despacho y volverte al momento una persona desconocida, engreída, insolente, soberbia y malcriada. 

Es llegar al poder y volverse inmediatamente un cretino redomado. En este caso resulta aún más ridículo que un gobierno supuestamente progresista y de izquierda sea capaz de condecorarse a sí mismo, incluidas la presidenta del Congreso y la fiscal general del Estado, a pesar de que en su mayoría sus miembros son republicanos, si no todos. 

Es igual de ridículo que ver a políticos agnósticos o ateos sentándose en primera fila de una iglesia en las fiestas patronales para sacarse la foto y arañar algunos votos entre el populacho creyente. 

Supongo que un republicano convicto y confeso como Pablo Iglesias rechazará esa condecoración por razones obvias de coherencia personal. Lo mismo que él, otros ex ministros y ex ministras que se confiesan republicanos. 

Estas condecoraciones tienen aún menos sentido después de pasar el rey emérito su año horribilis y el rey actual haber perdido tres millones de espectadores de audiencia con respecto al año pasado en su discurso navideño. 

Se puede entender que esta orden monárquica condecore a la reina consorte de Suecia pero es absolutamente infame que se haga con un ex ministro de Cultura que duró en el cargo tres días tras ser cogido en sus tretas tributarias, un ex ministro de Defensa que mantenía relaciones con empresas militares beneficiadas comercialmente o un ex ministro de Educación que montó el pollo y enfrentó a todos los actores del sector. Como premio a su desaguisado, Rajoy lo nombró embajador en la OCDE. 

La Gran Cruz de la Orden de Carlos III es tan prescindible como la propia monarquía, aunque siempre haya pelotas y aduladores cortesanos que se comportan como bufones palaciegos en una sociedad que paradójicamente se denomina moderna en pleno siglo XXI. 

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