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Una decisión que se debe agradecer
La renuncia de Benedicto XVI por razones de salud supone un hito en la Historia de la Iglesia como si, miren ustedes por donde, el que fue durante su toda su vida y pontificado guardián de la ortodoxia hubiese querido despedirse con un sabio gesto innovador.
Y en los días que se avecinan, los que defendieron con argumentos teológicos el empeño contra viento y marea de Juan Pablo II en seguir hasta la muerte y convertir el final de su mandato en un martirologio imitativo de Cristo van a tener que revisar sus palabras.
“Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, ha dicho Ratzinger en su carta de despedida antes de “pedir perdón por todos mis defectos”.
“Por lo que a mí me respecta, también en el futuro quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”, concluye quien al final de su vida ha querido dejar claro que es un hombre de carne y hueso, como todos los demás, con sus debilidades y sus equivocaciones.
Y no faltarán ultramontanos e integristas que, ante la inevitable comparación con Juan Pablo II, afirmen que el polaco “sí que tenía fuerzas” y que el germano ha mostrado que era débil y blandengue.
Y eran perfiles distintos, desde luego. Karol Woijtila, sin duda influenciado por la experiencia del llamado 'socialismo real' en su Polonia natal, dedicó la mayor parte de su pontificado a hacer majo y limpio con el Concilio Vaticano II y con el soplo de aire fresco que supuso para la Iglesia, anatemizando la Teología de la Liberación y de la Justicia.
La verdad es que Woijtila contó como principal cerebro y fiel ejecutor con Ratzinger, pero era precisamente por la condición intelectual de este último por lo que algunos albergábamos la esperanza de que su Pontificado fuera más aperturista, si bien dicha ilusión se vio pronto bastante frustrada.
Recuerdo una entrevista que se le hizo en televisión al cardenal Tarancón antes de morir - “Tarancón al paredón” gitaban los fachas en las calles de Madrid en la Transición democrática increpando a quien consideraban un 'Obispo Rojo'- en la que argumentaba que aunque él no era de la cuerda de Woitjila, una cierta rectificación, no del Concilio, sino del Postconcilio y de su colorido algo disgregador, era necesaria cuando se eligió al polaco.
Y uno, que ha vivido desde su niñez, no sin cierto desgarro, el enfrentamiento y las tensiones entre distintas tendencias dentro de la Iglesia, no tiene más remedio que decir, con toda humildad, que aunque seguramente a Tarancón no le faltaba razón, a Juan Pablo II y a Ratzinger, sobre todo, en el Pontificado del primero, se les fue bastante la mano.
El futuro está por escribir y a partir de este momento empezarán todo tipo de especulaciones sobre el futuro de la Iglesia y la primera de ellas seguro que será la de si Benedicto XVI ya ha elegido un sucesor y aunque se marche ahora a un monasterio lo ha dejado todo atado y bien atado.
Pero, en cualquier caso, su decisión tiene una dimensión histórica tan importante que va a remover toda la Iglesia y eso es algo que a que los que seguimos considerándonos católicos, aunque hace tiempo que no practiquemos y nos consideremos algo heterodoxos, debemos agradecerle.
Los próximos días pueden ser apasionantes para esa organización que, algo tendrá, cuando, a pesar de todos sus defectos, se ha mantenido viva durante dos mil años.
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