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Delito y crisis por Claudio Andrada

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¿Sería condenable o criticable que los afectados por la inanición -el hambre, hablando en plata- cometieran un delito contra el orden jurídico de un país que no les ofrece ni siquiera el derecho mínimo de ganarse la vida con su trabajo? Si la situación del empleo en Canarias sigue por estos derroteros, que nada tienen que ver con el halagüeño fin de año que pronostica el Gobierno autonómico, no debiera descartarse, e incluso sería deseable, que la población de las Islas saliera a la calle. Tal vez esa misma población no tenga claro por dónde pasa el futuro y cuál es la parada y la guagua a la que debe estar atenta, pero tiene el derecho y casi la obligación de expresar su más profundo descontento.

Una contrariedad, mire usted, que comenzó desde el abandono y la deserción de quienes deberían haber velado por su futuro, precisamente porque prometiron en sus programas defender a los más humildes, aquellos que no tienen padrinos en las entidades financieras para sostener su pequeño negocio; o quienes carecen de la edad “ideal” para volver a buscar empleo a partir de los 45 años, o la olvidada mayoría de los que sólo poseen la fuerza de su trabajo para comer.

Esta crisis, que ha venido para quedarse, debiera servirnos para saber que el sistema capitalista nunca morirá, a no ser que la sociedad decida liquidarlo. Y no muere porque establece su mapa a sabiendas de estas crisis y cambios del modelo del reparto de la riqueza. Al carecer absolutamente de la rémora que supone la ética“ para la izquierda, esta sociedad de mercado establece su estrategia en el ”cambia, todo cambia“, que diría Mercedes Sosa, para al día siguiente abrazar a ”papá Estado“ y con la lágrima de la avaricia aún colgando de sus mejillas, aceptar sin despeinarse la dádiva pública (miles de millones de euros) para enjugar sus despropósitos y veleidades financieras.

Estas evidencias se tornan aún más perversas en Canarias. Con una juventud en quiebra de la que no sólo se titula un 30% en Secundaria; con el regreso al chabolismo de azotea en la casa paterna, o habilitando un cuarto para toda una familia de jóvenes con un par de hijos que ha tenido que abandonar su casa por no poder pagar la hipoteca; con diputados al borde de una ataque de nervios en todas las filas a la hora de elaborar las listas, en vez de que sea la situación de los pobres la que les quite el sueño...

Ahora, pensemos qué autoridad moral tenemos para juzgar a quien hurta para comer. Un mendigo que conocí -por cierto, licenciado en Económicas y Derecho- me dijo que la diferencia entre él y yo era temporal. “Sí, sí -insistió-. Si no te pagan en tres meses, te haré un hueco entre mis cartones”.

Claudio Andrada

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