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Democracia de baja calidad
Me llovieron críticas de todos lados. Tiraron a darme sin hacer ninguna reflexión: que si no respetaba el voto de la ciudadanía, que los llamaba idiotas, que menospreciaba al votante que no sintonizaba con las opciones que defiendo desde una posición de altanería? En fin, pura estulticia revanchista y profundamente superficial que no me afecta en lo más mínimo. La verdad es que no retiro ni una coma de lo dicho porque la realidad de la democracia en España es escalofriante. Adela Cortina (La racionalidad como rara avis. El País) plantea que “no votamos teniendo en cuenta los hechos concretos, como cabría pensar de seres presuntamente racionales, sino que en realidad votamos desde nuestros valores, estrechamente ligados a nuestras emociones. A lo largo de nuestra historia personal nos vamos identificando con un marco de valores y, una vez configurado el esquema, nos resistimos como gato panza arriba a renunciar a él”. Josep Fontana citaba hace poco en Público (Marea negra) a don Ramón Carande que pedía en una carta en 1970, “muchos miles de maestros y de escuelas”, porque “únicamente cuando lleguen a discurrir los españoles, discurriendo harán que se conmuevan las estructuras más reacias, y barrerán a las que ya están putrefactas”.
Días atrás el CIS publicaba los resultados de una encuesta, realizada en la primera semana de mayo, en la que el 66,8% de las personas consultadas afirman que la situación política de este país es mala o muy mala y un 25,5% regular. También un 22,1 % ven a los políticos como el principal problema tras el paro y los asuntos económicos.
Por esas mismas fechas la Fundación Alternativas adelantaba los resultados de su barómetro para 2011 en el que se constata el retroceso de 38 indicadores sobre el funcionamiento de la democracia, desde el primer estudio realizado en 2008. Para sus analistas existe un enorme riesgo en la percepción de la ciudadanía “al comprobar cómo la toma de decisiones políticas sobre sus intereses se traslada desde el proceso electoral a espacios ajenos a la participación ciudadana”.
Pero lo que me ha causado verdadera desazón es la lectura de “Calidad de la democracia en España. Una auditoría ciudadana”, de los profesores Gómez Fortes, Palacios, Pérez Yruela y Vargas-Machuca (Ariel). Aunque la complacencia de la ciudadanía sobre la democracia como forma de gobierno alcanza un indicador del 8,6 la satisfacción global sobre su funcionamiento y sobre su valor para reducir las desigualdades apenas alcanza un aprobado raspado y solo dos de cada cinco personas se muestran satisfechas con éste. Con relación al Estado de Derecho (puntuado con un 4,73) las opiniones y las valoraciones son demoledoras: la igualdad ante la ley y discriminaciones económicas (2,51), la igualdad ante la ley y discriminaciones políticas (2,28), la accesibilidad de la justicia (3,88), la confianza en los tribunales de justicia (5), la capacidad del sistema para detectar la corrupción (3,09). Se palpa un durísimo desencanto generalizado aunque son los jóvenes, las mujeres y los ciudadanos sin estudios los más decepcionados.
La valoración de la representación política recibe también un suspenso (4,42%) y aunque la legitimidad de los partidos políticos alcanza un 7,51, el descontento se expresa al valorar con indicadores muy bajos, bajísimos, la libertad de expresión dentro de las organizaciones políticas, el clientelismo, la distancia entre los ciudadanos y los partidos, la rendición de cuentas, la receptividad de los partidos, la transparencia en la gestión? Y de nuevo el segmento de españoles con bajos niveles educativos aparece como el más crítico (el 72% de ciudadanos sin estudios mantiene que los políticos solo se preocupan por sus intereses).
La capacidad efectiva de gobierno goza de mayor salud, alcanzando todos los indicadores un aprobado salvo al valorar la eficacia del gobierno central (4,94) y la confianza en el gobierno central (4,81). Paradójicamente, la sociedad civil (los autores señalan que “no pueden los ciudadanos aspirar a una democracia valiosa y ser al mismo tiempo irresponsables, no respetar los derechos de los otros o desentenderse de los bienes comunes), obtiene la peor nota (4,32) dentro de las dimensiones relacionadas con la calidad de la democracia. La tolerancia (2,35), su participación política (2,41) o su capacidad para controlar el poder político(2,82) son indicadores demoledores: ”los principales problemas de nuestra democracia se localizan en el funcionamiento de la sociedad civil y en la baja calidad de la representación política (?) Una sociedad civil pasiva y desmotivada por la política y un sistema de representación caracterizado por su lejanía de los ciudadanos y por su falta de sensibilidad, constituyen una mezcla peligrosa para la salud de la democracia española“. Si no se ataja, dicen, ”la desafección ciudadana seguirá creciendo y el horizonte de la democracia se poblará de problemas que no presagian un futuro mejor que el presente, pese a que éste sea manifiestamente mejorable“.
No ayuda a optimizar la situación el espectáculo de estos días a la hora de la constitución de los ayuntamientos, los cabildos y las comunidades. Los pactos contra natura, las promesas durante el proceso electoral de “a este ni agua” que se transforman ahora en “para conseguir el poder, lo que haga falta”, los imputados por corrupción gobernando (como si eso diluyera su responsabilidad penal), la unión de todos (da lo mismo la ideología) contra el que estaba gobernando con el simple argumento de que ya estaban cansados? están a la orden del día.
José Luis Sampedro (Reacciona. Aguilar) se cuestiona esta democracia que tenemos: “Es verdad que el pueblo vota y eso sirve para etiquetar el sistema, falsamente, como democrático, pero la mayoría acude a las urnas o se abstiene sin la previa información objetiva y la consiguiente reflexión crítica, propia de todo verdadero ciudadano movido por el interés común. Esos votos condicionados por la presión mediática y las campañas electorales sirven al poder dominante para dar la impresión de que se somete al veredicto de la voluntad popular expresada en las urnas. En ocasiones, como se ha visto, sirven incluso para avalar la corrupción. Se confunde a la gente ofreciéndole libertad de expresión al tiempo que se le escamotea la libertad de pensamiento”.
¿Es ésta la democracia por la que luchamos? ¿Es ésta la democracia que queremos? Si como dicen los sondeos más de dos tercios de españoles está de acuerdo con lo que defiende la gente del 15M ¿No existen razones de peso para salir a la calle con ellos, pacíficamente, demandando más y mejor democracia? ¿No cabe pensar que un voto reflexivo (me estoy acordando de los casi cinco millones de parados, trescientos mil de ellos canarios) puede ayudar, desde la política, a cambiar la situación?
*Antonio Morales Méndez es alcalde de Agüimes.
Antonio Morales Méndez*
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