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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Un desafío inmediato y lejano por Octavio Hernández

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De manera que mi afirmación de que los canarios vivimos en una economía ficticia e improductiva es falsa, dice usted, porque lo prueba el trabajo de 300.000 inmigrantes. Guárdeme un cachorro. Si el empleo de los inmigrantes es el argumento para demostrar la productividad de la economía canaria, eso no refuta, sino confirma, lo dicho. Llamar “industria” al turismo es un eufemismo. La manera en que se ha hundido la construcción es buena prueba de que ha sido una actividad de rapiña, de agotamiento de recursos naturales, sin cimientos. El sector industrial es una broma, el Gobierno autónomo prepara zonas industriales por doquier, pero porque pretende reformar la ZEC para extenderla a todo el territorio: que inviertan otros y, también, que trabajen otros, porque el régimen laboral de estas zonas es también “especial”. Mucho me temo que esa política pretenciosa va a servir únicamente para que florezcan cientos de naves industriales como en invierno las setas de Pedro Lezcano en Osorio. El futuro de esas naves no será albergar “industrias”, sino importaciones. Serán almacenes con mucha logística y manipulación, pero poca manufactura y reexportación.

Recientemente una estadística señaló que aproximadamente el 50 por ciento de la población de La Palma depende directa (Capítulo 1. Personal) o indirectamente (Capítulo 2. Transferencias de capital) de las administraciones públicas. No sólo trabajadores, sino numerosas empresas, viven “de eso”, del más puro caciquismo local, en suma. Lo cierto es que muchos de esos trabajadores canarios no producen nada real, aparte de su salario. Es decir, ¿qué producen? Paz social e hiperconsumo, residuos, bostezos... Me consta que en otras islas la situación no es mejor, ni siquiera donde la economía ha sido más “productiva” y ha habido una inmigración suicida o de fortuna, según se mire, como Fuerteventura o Lanzarote. Eso no significa que no trabajen, sino que pudiendo trabajar en otro modelo económico, trabajan en uno externalizado y eso, que ha sido una aspiración vital para muchos, demasiados, agrava terminantemente su indefensión en circunstancias como las actuales, debido a que Canarias es una colonia. Y abro paréntesis: todavía hay quien no cae en la cuenta que reducir las administraciones locales a la mitad, en Canarias, donde su presencia y papel están sobredimensionados e hipertrofiados en todos los órdenes, supondría mandar al paro a cerca de 100.000 empleados públicos y quizá a una cantidad semejante en el sector privado sostenido artificialmente, cuyos balances son salvados, o condenados, por los ayuntamientos. Claro, es por eso que se propone, como en Grecia, pero aquí es un pasaporte al infierno. Hay quien no se da cuenta que pasar a entre 40 y 45 municipios aumentaría automáticamente la dimensión de las empresas proveedoras, cerrando las ventanillas y adjudicaciones a la mayoría de empresarios medianos y pequeños que hoy contratan, que serían pasto de subcontratas por grandes compañías de marca peninsular o europea, como de hecho ya está ocurriendo sin esa reforma municipal. En fin, termino.

Por último, el distinguido profesor centra su exposición en reafirmarse en una defensa a ultranza del estado de bienestar y marca distancias con mi afirmación de que ese conjunto de políticas protectoras públicas puede estar condenado como el híbrido que ha sido entre el modelo americano y el asiático, en el que incluyo al antiguo socialismo real de inspiración rusa. No lo digo para expresar un deseo u elección personal, Sr. Viéitez. Lo digo porque es realmente así y a eso nos enfrentamos: los estados del bienestar han sido un dique contra la amenaza que el socialismo representó en su día (hoy parece increíble ¿verdad?) para el capitalismo occidental, han funcionado mediante concesiones arrancadas en conflicto por los trabajadores, que luchando por objetivos inmediatos de política social protectora y democrática postergaron y abandonaron objetivos revolucionarios que eran menos precisos, pero muy eficaces porque les servían de respaldo y refuerzo colectivo gracias a la ilusión arrebatadora emanada de una teoría del progreso, el marxismo, un fantasma que sí recorría Europa y luego el mundo entero. Esto ha sido así y en esas estamos. No sé cuál puede ser hoy la matriz programática de una revolución, abogo por la originalidad multiplicadora de los pueblos y las organizaciones colectivas dentro de la globalización y reconozco que no va a poder ser un proceso histórico fácil, limpio ni puro, para quienes se vean arrojados a él. Hoy por hoy, los canarios están convencidos de que el destino no está en sus manos, aguardan una solución venida del exterior, como todo lo que consumen, como pájaros en jaula. No es indolencia, sino colonialismo. Por eso discursos como el suyo, Sr. Viéitez, no los movilizan. A la vista está. No es que el gobierno de Rivero-Soria falle en su política anticrisis, aunque sea cierto que falla, sino que la Autonomía no es un estado y por eso carece de los recursos y poderes para combatir la crisis, al margen de cuál sea el signo del gobierno. En Canarias probablemente el cambio social que juzgo necesario a la vista del presente, tendrá que ver con la independencia y con alguna forma de socialismo democrático, ese estado del bienestar propio y autofinanciado que a usted y a mi nos gustaría para nuestros conciudadanos y para las generaciones futuras, sin desmerecer de las relaciones históricas con todos los pueblos que nos ha traído el Alisio. Para nosotros los canarios, un pueblo del Atlántico, ser hoy dueños de nuestro destino es relocalizar aquí la parte exclusiva y motora del poder soberano alienado en España y la Unión Europea, la parte del poder no compartida, que nos es negada en la Constitución y el Tratado, y cambiar su naturaleza para afrontar con la autodeterminación que sea posible y necesaria el inmediato y lejano desafío del Pacífico. Claro, que también podríamos quedarnos como estamos, si usted lo prefiere. En ese caso, podríamos tener que emigrar y volver a vagar por el mundo. Como fantasmas.

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