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Espacio de opinión de Canarias Ahora

De equidades y periferias

Clases de un centro de Primaria.

Antonio Chamorro Segovia

He de reconocer que algo de suerte tengo. Me gano la vida haciendo lo que me gusta y apenas tardo quince minutos en llegar caminando a mi centro de trabajo, un Instituto de Educación Secundaria.

Vivo en un barrio y trabajo en otro. Nada más comenzar la ruta diaria me cruzo con adolescentes que no estudian en mi centro. Visten de uniforme, faldas de colegios de monjas o sobrios pantalones de colegio de curas. Los centros no religiosos experimentan más con colores y logotipos, y les ves andar como pidiendo perdón por la afrenta estética.

Y aún así unas y otros tienen algo en común. Están escolarizados en uno de los ocho centros privados concertados que rodean al centro público del que formo parte.

Son centros de titularidad privada sostenidos con el dinero de nuestros impuestos. Eso sí, no preguntes cómo seleccionan al profesorado ni al alumnado porque supongo que ya intuirás la respuesta. Pero como apenas llevo cinco minutos caminando me da tiempo de consultar en el móvil “Las cifras de la educación en España 2019” del Ministerio de Educación y descubrir estadísticas curiosas, como que la pública escolariza 1,5 veces más alumnado con Necesidades Específicas de Apoyo Educativo que la concertada, llegando a ser el doble en lo que respecta al alumnado de origen extranjero.

Pasando la curva del Centro de Salud sigo oliendo a quemado: el 7% del alumnado de la pública cursa programas de mejora del aprendizaje y el rendimiento frente a sólo el 3% del alumnado de la concertada; en cualquier curso de ESO, el alumnado que repite en la pública dobla al de la concertada.

Pero bueno, si son sostenidos con fondos públicos, por lo menos no existirá discriminación de carácter económico, siendo gratuitos para todas las familias… Disculpen la ironía: cobran cuotas mensuales ilegales a todo su alumnado, lo que sumado a otros gastos tipo uniforme, material y libros de texto, actividades extraescolares, etc., hacen que no todo el mundo se pueda permitir escolarizar a sus hijas e hijos en estos centros pagados con los impuestos de toda la ciudadanía.

Entro en el bar de al lado de la Asociación de Vecinos, donde los cafés aún son a 70 céntimos. Mientras la camarera pelea por teléfono para que su hijo se levante de la cama y vaya al colegio, pienso en cómo serían las trayectorias escolares de mis estudiantes de haber existido un poco más de solidaridad (o legalidad) en el reparto de la diversidad entre centros.

Echo un vistazo al periódico. Otra vez el Atleti empata a cero y el Tete pierde en casa. Unicef denuncia que 150.000 niñas y niños en Canarias están en riesgo de pobreza y exclusión, la tasa más alta del país. En la página de al lado, un estudio revela que el 1% más rico de la población canaria posee más que el 20% más pobre, de nuevo la diferencia más abultada del país…

Faltan cinco minutos para entrar. Me despiden con un “buen día mi niño” mientras sospecho que las soluciones son más complejas de lo que me gustaría. Está claro que acabar con la segregación que produce la red pública-concertada ayudaría a mejorar las oportunidades de éxito educativo de una parte no despreciable del alumnado vulnerable. Pero hay algo más.

El “Atlas de distribución de renta de los hogares” del Instituto Nacional de Estadística pinta en rojo chillón el distrito en que se asienta mi IES, con una renta media de 16.000 euros por hogar, situándose entre el 3% más pobre a nivel nacional y el 2% más pobre a nivel autonómico.

Si alejas el zoom, descubres un cinturón rojo que va desde Añaza al Barrio de la Salud, pasando por Taco, Ofra y La Cuesta. El encanto de la periferia, un foso de renta que separa dos municipios.

Ya veo el instituto. Administrativamente es similar al más antiguo de Canarias, unos kilómetros al norte, donde la humedad se te mete por los huesos y las rentas medias son de 50.000 euros por hogar. En el mapa, azul cobalto, como la laguna que alguna vez existió en ese lugar.

La gente de mi tutoría me saluda. “¿Qué le pasó al Atleti, profe?”. Qué golfos son. No tienen casi nada en común con estudiantes de otros distritos, salvo la edad. Y aquí hago la autocrítica, pocas son las y los docentes que reconocen dichas diferencias. Tratamos, enseñamos y evaluamos al alumnado como si estuvieran aislados de su entorno y fueran perfectamente intercambiables de un centro a otro.

¡Por Bourdieu!. Desde la renta por hogar, pasando por el nivel educativo de las familias, sus ocupaciones, las expectativas, los recursos culturales y materiales, la oferta sociocultural del entorno, de actividades extraescolares… configuran realidades totalmente diferentes en las que se desarrollan las vidas de las y los estudiantes.

Estos aspectos extraescolares son los que contempla el informe PISA mediante el Índice Socioeconómico y Cultural (ISEC), y que arroja datos preocupantes como que a igual rendimiento en las pruebas, un alumno español de bajo ISEC tiene cuatro veces más probabilidades de repetir que un alumno de alto ISEC. A igual RENDIMIENTO.

No es una opinión, es un hecho. Da vértigo pensar que en lugar de estar evaluando logros académicos, puede que estemos confirmando y reproduciendo las desigualdades que vienen de fuera del instituto. Como en un centro de distribución de Amazon.

Por supuesto que la capacidad del alumnado importa. Y su ilusión y sus ganas de superación. Pero no podemos mirar a otro lado cuando llegan con diferentes puntos de partida, con diferencias de las cuales ningún niño o niña es responsable. Es una obscenidad, una mezquindad en la que ningún docente debería caer.

Equidad significa dar ayuda específica a quien más lo necesita. No se trata de ayudar a unos para que lleguen a la meta antes, o con más facilidad, sino de que (justamente) todas y todos partan de la misma línea de salida.

Ojalá presenciemos la subida del presupuesto en educación al 5% del PIB, ojalá se oferten más plazas públicas de 0 a 3 años, ojalá bajen las ratios en Educación Primaria y Secundaria. Pero aunque positivas, no dejarían de ser políticas de trazo grueso. ¿Por qué no bajamos la ratio específicamente en los centros con mayor porcentaje de alumnado en riesgo de exclusión? ¿Por qué tenemos el mismo número de orientadores, profesores de atención a las NEAE, en San Matías que en La Rambla? ¿Por qué la mayoría de las actividades extraescolares se realizan fuera del barrio?

Entro al IES y firmo en la sala de profesores. No solo se trata de enseñar geografía, inglés o química; de algún modo debemos dotarnos de herramientas para que las desigualdades sociales, económicas o culturales de partida de nuestro alumnado no acaben convirtiéndose en desigualdades educativas.

Paso lista. Quince minutos dan para divagar mucho, hablar de política y de uniformes escolares. Aún así, el día a día está ahí y hay que jugarlo hasta los penaltis: las medidas de carácter interno que un centro pueda tomar para favorecer la equidad pueden generar cambios significativos. Y sobre todo la acción, la técnica, el arte y la esperanza del docente en sacar a sus chicas y chicos adelante, las naranjas de la mar del siglo XXI.

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