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La esquizofrenia de Rajoy

José A. Alemán / José A. Alemán

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En cuanto al recurso, me parece que va por la treintena el número de los presentados por los populares contra leyes aprobadas en el Congreso. Pretende el PP imponer por vía judicial lo que no consigue en la parlamentaria y de ahí el bloqueo a la renovación del tribunal. Sin embargo, creo que el objetivo principal es otro. Quiere ganar, por supuesto, pero le interesa más armar bulla, generar la sensación de que el país va proa al marisco, escenificar un caos del que sólo la derecha puede salvarlo. O sea: no mueven al PP las convicciones sino la mera recuperación del poder perdido. Si no lo creen, recuerden la que armó cuando la primera regulación del aborto. Se echó a la calle en jauría con la jerarquía eclesiástica ultramontana, pero, después, durante sus dos legislaturas, Aznar no sólo no tocó la ley aborrecida sino que los curas dejaron de presionar para que la derogaran. No iban a crearle problemas a los suyos, faltaría más. Pienso que en la cuestión del aborto utiliza la derecha los sentimientos y las convicciones de quienes lo rechazan y eso se vio cuando tuvo en sus manos el poder y se escaqueó de mala manera.

Paradigma de esta estrategia es lo del Estatut que Rajoy trata de eludir ahora que se acercan las elecciones catalanas. Si observan las secuencias, verán que Rajoy recurrió un texto aprobado por el Parlamento catalán y el Congreso de los Diputados y sometido, además, a referéndum, con lo que se pasó por el arco del triunfo a las instituciones y sus procedimientos democráticos. No contento con eso, apuntaló el recurso mediante una intensa campaña anticatalana en la que se involucró personalmente al recorrer el país solicitando firmas de apoyo. Procuró, en definitiva, rentabilizar las aprensiones generalizadas contra lo catalán que el nacionalismo mesetario mantiene desde siempre.

El resultado de la acción de la derecha es que la sentencia, demorada durante casi cuatro años, bloqueó la vía federal de modo que el independentismo catalán, excepcional hace apenas diez años, forma hoy parte normalizada del debate político. Los políticos catalanes, los que apoyaron en su día el pacto autonómico y los que apostaban por la opción federal frente a la secesionista, han quedado desautorizados ante los electores. De 2006 a 2010, sin conocerse todavía la sentencia, casi se duplicó el porcentaje de los que quieren que Cataluña sea un Estado independiente.

Llevo años viendo de cerca el “cansancio de España” catalán y no me sorprenden las reacciones desencantadas de conocidos representantes de su sociedad civil que no se dedican a la política y de los que muchos ni siquiera simpatizan con los nacionalistas. Como no me sorprende que la Prensa “españolista” apenas se haya ocupado de reflejar sus análisis en virtud del principio de que aquello de lo que no se habla en Madrid no existe. Pero a Rajoy todo esto le tiene sin cuidado: tiró la piedra, quebró la cristalera y escondió la mano para que no la vean en vísperas electorales. Sus asesores le han aconsejado que se ocupe de la cuestión lo menos posible y en tono bajo. Y ha caído en esa esquizofrenia que se advierte con mayor claridad en su oposición a las reformas del Gobierno, que son las que él mismo venía reclamando. Sigue dando un perfil tan bajo como candidato a La Moncloa que hace parecer bueno a Zapatero.

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