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FECAM, 35 años
En un principio, se llamó Federación Canaria de Municipios e Islas (Fecami) pero luego los Cabildos también hicieron un bloque institucional y emprendieron un camino institucional por separado. La Fecam, que así se llama desde entonces, nacía mediada la década de los setenta del pasado siglo, coincidiendo con el tercer mandato de los ayuntamientos democráticos y la segunda legislatura del Parlamento de Canarias. Los resultados electorales de entonces habían diversificado notablemente el poder político y se iniciaba una etapa de incertidumbre sin que se supiera a ciencia cierta qué iba a suceder tras las primeras alianzas que acarreaban una cultura de pactos prácticamente desconocida hasta entonces.
El municipalismo entendió pronto que era importante aglutinarse en pos de una interlocución que habría de resultar decisiva para revalorizar su papel político y hacer frente desde una posición unitaria a las asignaturas que seguían pendientes y a los retos que se moldeaban para mejorar su condición en las negociaciones presupuestarias, por ejemplo, el nuevo modelo de integración en las estructuras comunitarias, su papel competencial en el nuevo Estatuto de Autonomía y en las prestaciones que habría de hacer desde las administraciones más próximas a la población.
Es en ese espacio donde surge el malogrado Juan José Acosta de León, un economista joven forjado en las asociaciones vecinales, quien concibió, a imagen y semejanza de la iniciativa catalana, la idea de homogeneizar la acción de los ayuntamientos canarios. Su espíritu emprendedor, su afán de abrir nuevos caminos y el nuevo impulso en el que se esmeró para proporcionar más bríos y más capacidad para los consistorios, fueron decisivos hasta para elaborar un nuevo discurso que habría de interesar a los ediles que buscaban más recursos para la financiación de las entidades locales.
Y fue en el Puerto de la Cruz (antiguo hotel San Felipe, hoy Bahía Príncipe) donde alumbró la nueva criatura, con dificultades, limitaciones, los fantasmas del viejo pleito e incomprensiones varias, tal fue así que el titular de una crónica de la reunión constituyente quedó registrado así: “La Fecam nace coja y dividida”. Era Félix Real González alcalde portuense y en esa asamblea resultó elegido primer presidente de la Federación. Y la primera sede -o por lo menos, lugar de trabajo- fue una vieja dependencia municipal de la calle Agustín de Bethencourt, que había acogido la oficina de los desaparecidos festivales de la Canción del Atlántico y de Cine Ecológico y de la Naturaleza.
Allí trabajó Acosta de forma incesante con tal de que la Fecami, recién nacida, se abriera paso y contara con unos mínimos recursos, dispusiera de unos estatutos de funcionamiento hasta hacerse con un lugar en el espacio político-institucional canario.
No iba a ser fácil pero el proyecto ya había cristalizado y la cuestión era persuadir a los municipalistas y trabajar de forma tal que se apreciara su utilidad y su funcionamiento a las primeras de cambio.
Han transcurrido treinta y cinco años desde entonces. La renovación de las direcciones y órganos ditrectivos se ha hecho sin grandes convulsiones y en procesos normalizados. Las suspicacias derivadas de los atavismos del pleito empezaron a diluirse. La federación se dotó de sedes en ambas islas capitalinas y paulatinamente fue ganando la credibilidad necesaria para erigirse en interlocutora ante otras administraciones públicas. A lo largo de estas más de tres décadas ha ido ocupando su lugar en el debate de los asuntos que son de su competencia o la relacionan con otras cuestiones ante las que no permanece indiferente. Es respetada por la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). No ha perdido ánimo reivindicativo, aunque su talante negociador está más que probado. Los ayuntamientos, con la Fecam, se sienten respaldados y saben hacia donde se dirigen cuando aún quedan por resolver algunos planteamientos que les afectan.
Eso ya se advertía desde la gestación. Se han cumplido treinta y cinco años.
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