Feliz Navidad (con o sin lotería) paseando en el frío de Hamburgo (Alemania)
A mi recién nacido nieto Nika
A todos aquellos que nacen y renacen pese a las crisis económicas y a la Pandemia
A los compañeros del periodismo libre, humanista e informador y a todos aquellos que leen mis artículos y han podido sobrevivirlos
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Hoy tirios y troyanos, creyentes o agnósticos celebran las Navidades como fiesta familiar en las zonas donde el cristianismo influyó. El 25 de diciembre fue escogido por los mandatarios de la Iglesia para celebrar el nacimiento de Jesús, ya que, en la antigua Roma y en la lucha por implantarse sobre los que tenían otras creencias, veían la necesidad de fiestas propias y populares para sustituir la fiesta de los Saturnales, que correspondía al solsticio de invierno. Así pretendían que el Cristianismo fuera aceptado en Roma. Y acabó imponiéndose.
Todos, jóvenes o viejos, machos o hembras, pobres o ricos, sanos o enfermos, de este o aquel color de piel o nacionalidad, todos tenemos algo de que quejarnos. Y todos podemos encontrar algo de lo que alegrarnos. Aunque, a veces, sea difícil.
Esto lo escribí hace unos días y hoy, leyendo cosas relacionadas con la Navidad, encontré las palabras del Papa Francisco que el pasado domingo 19 incitaban, durante el rezo del Ángelus, a ir por la vida, ahora que empiezan las Navidades, “con ritmo alegre” y “confianza”, sin ser “esclavos de las quejas” porque “las quejas arruinan muchas vidas”.
El Papa Francisco aseguró que “la Navidad trae cambios de vida inesperados y si nosotros queremos vivir la Navidad debemos abrir el corazón, estar dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado”.
“La Navidad inaugura una época nueva, donde la vida no se programa, sino que se da; donde no se vive más para sí, en base a los propios gustos, sino para Dios; y con Dios, porque en la Navidad Dios es el Dios-con-nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros”, afirmó el papa Francisco. Y yo digo: Si cada niño recién nacido es un Niño-Dios, digo yo desde una posición humanista y agnóstica, un Niño-Dios para sus padres y familia, resulta verdad que todo cambia con la presencia de la nueva criatura y todos los programas se desbaratan, las más de las veces afortunadamente.
Leo que el número 86148, agraciado con el Gordo del Sorteo Extraordinario de Navidad reparte este 22 de diciembre premio del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad 2021, ha tocado en Canarias. El número está dotado con 4.000.000 euros por serie, 400.000 euros por décimo. En esta ocasión, el premio se ha repartido en Las Palmas de Gran Canaria, en el Centro Comercial El Mirador.
Hay pues una alegría en muchos jugadores de Lotería y podrán, si no pierden las papeletas y cobran, compartir algo con amigos o parientes más necesitados. A veces, repartir dinero es repartir alegría.
Así que aquellos que no han ganado en la lotería y además se quejan del mal tiempo en Canarias que se consuelen pensando que hay otros lugares más fríos en que no ha resbalado ningún gordo de lotería, pese al suelo helado. Un lugar como puede ser Hamburgo donde vivo.
A medida que pasa el tiempo y oscurece baja la temperatura y sube el frío.
Hoy, en esta fría tarde de Hamburgo, salgo con mi mujer a dar un paseo en el cercano Raakmoor. Son las 3 de la tarde y la temperatura es de 3 grados bajo cero.
Desde mi infancia la palabra “Pantano” la relacionaba con peligros para el caminante que puede hundirse y morir en las tierras pantanosas. No conocí directamente ningún pantano, de manera que tales temerosas asociaciones debieron nacer de películas americanas y relatos de horror.
En la zona donde vivo comprendida entre Langenhorn y Hummelsbüttel está el bosque pantanoso del Raakmoor, que tiene una singular atmósfera y paisaje con zona verde protegida en que lo verde de árboles, yerbas, pantano y lago invitan a reposo y tranquilidad, a la recuperación del ritmo interno alejados del ruido automovilístico y esto a pocos kilómetros del Aeropuerto hamburgués.
Hubo aquí un pantano o Hochmoor del que, en el pasado, se extrajeron toneladas de turba o fangos usados para construcciones especiales o para tratamientos médicos. Ahora la zona protegida se va recuperando lentamente, como sucede con algunos procesos naturales y el Raakmoor es el resto que queda del pantano Hochmoor formado después del último periodo glacial de los ríos que afluían al gran río que corta y divide Hamburgo, el Alster. El actual Raakmoor se va recuperando a cámara lenta y con sus escasas 33 hectáreas es la zona natural protegida más pequeña de Hamburgo.
Avanzamos a paso ligero que es mejor con estas temperaturas que ir a paso lento y doblamos a la derecha encontrándonos con montones de tierra. Son montañitas de tierra levantada por la invisible labor subterránea de los topos.
La vista de estos montoncitos de invisible zapadores me recuerda aquel discurso de Carlos Marx de 1856 en la fiesta aniversario del People´s Paper donde habla del “viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, ese digno zapador que se llama Revolución”. Revolución: es decir, la llegada de lo imprevisible y renovador. Decía Marx entonces (1856) que existía “un gran hecho característico del siglo XIX, que ningún partido se atreverá a negar. Por un lado, han despertado a la vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no hubiese podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas precedentes.. Por otro lado, existen unos síntomas de decadencia que superan en mucho a los horrores que registra la historia de los últimos tiempos del Imperio Romano. Hoy día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al precio de cualidades morales. El dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor; pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su propia infamia. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida humana al nivel de una fuerza material bruta. Este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro; este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible. Unos partidos pueden lamentar este hecho; otros pueden querer deshacerse de los progresos modernos de la técnica con tal de verse libres de los conflictos actuales; otros más pueden imaginar que este notable progreso industrial debe complementarse con una regresión política igualmente notable.”
Si cambiamos el siglo XIX por este XXI en que vivimos nos damos cuenta de que, como entonces, ahora “es verdad que esa revolución social no fue una novedad inventada en 1848. El vapor, la electricidad y el telar mecánico eran revolucionarios mucho más peligrosos que los ciudadanos revolucionarios”. Si entonces eran novedades el uso del vapor, de la electricidad y los telares, ¿qué decir de la digitalización, del internet y los móviles, de la globalización y de la mundialización de las pandemias?
A medida que avanzamos entre los árboles por el sendero abierto por las múltiples pisadas caminantes vislumbramos el gran estanque o pequeño lago que está en el centro del Raakmoor. No hay nadie.
De repente en la otra orilla aparece una silueta que se convierte en un corredor. Y en pocos minutos desaparece de nuestra vista. Seguimos nuestro paseo y llegamos al pequeño puente que une las dos orillas.
Mi mujer hace una foto mía con su móvil y luego seguimos. A nuestra derecha al lago, a nuestra izquierda aguas pantanosas y troncos de árbol sobre el agua helada.
Seguimos el camino hasta una zona en que el agua no está congelada y nos asombramos de ver gran cantidad de patos. ¿Cómo pueden resistir el frío dentro del agua?
Al vernos los patos se nos acercan presurosos esperando recibir algún alimento al que les tienen acostumbrados los paseantes, pero no hemos traido nada, ni pan ni nada.
Son las cuatro pasadas y las casas se iluminan. Según la costumbre norteña han puesto luces en la fachada alegrando la vista de los caminantes. Es un regalo amistoso a los vecinos y a los desconocidos que pasan.
Este diciembre frio y con peligrosa ascensión pandémica será buena ocasión para despertar del sueño monetario y consumista que nos atenaza con lazos y cadenas que ya no percibimos por la insensibilidad programada desde el constante bombardeo mediático de propaganda consumista.
Es buena ocasión para reunirnos con los seres queridos y gozar de su presencia. También será buena ocasión de recordar a los amigos o personas que estimamos y se han quedado en el camino.
El viejo mundo se acaba y el nuevo mundo todavía no está formado. Será, sin duda, un mundo más digitalizado y con permanencia de unas mutaciones del virus que, como la gripe y otras enfermedades, nos acompañará por los siglos de los siglos. Pero digitalizado, pandémico o postpandémico, sería deseable que la conciencia colectiva de la Humanidad, si existe, haya aprendido a ser menos egoísta y más generosa.
Han desaparecido seres queridos y también proyectos humanos como el inaugurado por la Unión Soviética o otros, impuestos a cañonazos, como el Imperio británico, como el Tercer Reich hitleriano que quería durar mil años y murió aplastado bajo el bombardeo incediario que había iniciado. Han desaparecido buenas y malas cosas. Y eso nos recuerda nuestra personal transitoriedad, no sólo la incompleta Transición política española que esperamos acabe por arribar a una Democracia más completa y solidaria. Y al nivel personal en vez de despotricar contra los „otros“ sean esos ”Otros“ nuestros vecinos, nuestros políticos o los migrantes, deberíamos ver qué podemos aportar a la difícil mejora de este nuestro mundo.
Quizás una sonrisa, o una reconciliación o un reencuentro con nuestro olvidado “yo” interno. Estas Navidades es fiesta de Nacimientos. Y han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que podemos hablar de aceleración o frenazo de la historia, porque ha habido tanto de lo uno como de lo otro.
Hemos sufrido y, a ratos, gozado del aislamiento, de la falta de bullicio, aunque algunos negacionistas y derechistas se manifiesten en desesperado e inútil intento de recobrar el pasado, bien sea a través de un Brexit, de manifestaciones anti-Vacuna o antidemocráticas, pero está claro que ni el Imperio británico se recuperará ni tampoco vendrá lo anterior, ahora añorado, sea lo que sea, anterior a la Pandemia.
Hacia las cuatro de la tarde oscurece y a las 5 está oscura como la boca de un lobo. Pero las farolas se encienden. Y en toda oscuridad o tiempo oscuro siempre puede haber una luz que brille e ilumine el camino.
Hannah Arendt en su libro “La condición humana” dice que “la natalidad es la capacidad humana de comenzar algo nuevo. Cada nacimiento es un nuevo comienzo. Y en esto consiste precisamente la libertad: en la capacidad de iniciar una acción nueva, inesperada.” En este año en que en mi familia hemos tenido un nuevo nacimiento, un niño de mi hijo Yuri y su compañera Saskia, se nos ilumina la comprensión de que cada nacimiento, sea el de Jesús o el de un palestino, de un chino o un americano, de un desconocido o de mi diminuto nieto, cada nacimiento nos trae un Niño-Dios.
“Los humanos, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar.” (Hannah Arendt, La condición humana)
La llegada de cada recién nacido, dice Hannah Arendt, introduce algo absolutamente nuevo en el mundo. Cada nacimiento representa un nuevo comienzo. Las acciones de los seres humanos son como nacimientos en pequeño: cada acción tiene la capacidad de poner en marcha lo inesperado. La libertad no es tanto, para Hannah Arendt, la facultad para decidir entre un conjunto de alternativas posibles de la tradición liberal ni el libre arbitrio de la tradición cristiana. La libertad es la capacidad de introducir novedad en el mundo, que todos los humanos tienen en virtud de haber nacido.
Las acciones humanas tienen la capacidad de realizar lo infinitamente improbable. Que podamos iniciar acción implica que podemos esperar lo inimaginable. La natalidad representa la promesa de un nuevo comienzo. La capacidad para la acción libre –la natalidad– es la característica más llamativa de los humanos. A nivel individual, es una cura para la melancolía y el pesimismo. A nivel colectivo, estimula el coraje para interrumpir las actividades rutinarias y abrir espacios de libertad en la esfera pública.
Cada nacimiento es un nuevo comienzo. Nacemos para comenzar. Y comenzamos de nuevo cada vez que insertamos lo inesperado.
La vida es como un paseo del que regresamos para toda una eternidad. Como decía la canción de Victor Jaraa: la vida es eterna en cinco minutos. Desde este frío hamburgués que esta noche llegará a descender a 8 grados bajo cero y donde mis nietas esperan al Weinachtsmann o Santa Claus en este Norte frío y luterano, mientras preparo mis barbas blancas, gorro rojo y disfraz transformador para sorpresa, alegría y risas de las niñas, deseo que nuestras vidas, canarias o catalanas, hamburguesas o venezolanas, amarillas o afroamericanas, nuestras vidas todas se llenen de magia y de amor, que la amistad crezca entre los pueblos y la paz extienda sus alegrías y esperanzas entre naciones y estados.
Los buenos deseos no cuestan nada. Y por desear lo mejor que no quede, esperemos lo inesperado.
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