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Los madriles

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Las cenas en casa de Conchita son muy abundantes. Y ricas. Ella y su marido lo encargan todo a “Pescaderías coruñesas” con lo cual solo se empeñan en anfitrionear como es debido. En la primera de este año comimos toda clase de mariscos, “a una tercera parte del precio que costaban en navidad” nos recordaron. En un ático generoso de la calle Ortega y Gasset nada es barato. “Tienes que escribir sobre Machado, sobre el abuso de sus citas: ya está bien”, me dijo Conchita muy enfadada. Según ella, y su marido, las gentes menos apropiadas están citando a Antonio Machado para beneficio de inventario. “Esa cita del rompeolas, está fuera de contexto”. Voy a ella y completa dice:

“¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,/

rompeolas de todas las Españas!/

La tierra se desgarra, el cielo truena,/

tu sonríes con plomo en las entrañas.“

Es un poema suelto escrito en noviembre de 1936: desde luego que es necesario tener en cuenta el contexto, y no hace falta escribir más. Pienso que es muy sano, incluso noble, que Machado se repita y se recuerde, y lo digo. “Pero no así”, dice Conchita. Y es que en Madrid las cosas pasan ahora por lo que pudo pasar antes y por lo que no sabemos pueda pasar después. Le decía Jaime Gil de Biedma a Ana María Moix, hace ya unos cuantos años que “aunque se disfrace de cosmópolis, Madrid no acaba de ser una ciudad. En el fondo sigue siendo un Real Sitio; una aglomeración de guardias de corps, hidalgos que han hecho oposiciones en cuerpos del estado, proveedores de la Real Casa, arbitristas financieros, paseantes en Corte… Por eso la vida de Madrid es absorbente y un poco siempre irreal, y nada de lo que ocurre en el resto del mundo resulta comprensible desde allí”. El taxi que me sustrajo después de la cena era muy confortable: de la cosa de música, que ya no es cd ni radio, sonaba el vals nº 3 de Schostakowich, pero decidí no confundir a Conchita con Nicole Kidman pues es evidente que no soy, nunca fui, un joven oficial de la marina estadounidense.

Madrid se pudre en sus entrañas, las calles están sucias, mucha gente se perturba enfadada y el problema de tanto desatino parece ser que reside en el abúlico palacio de la Moncloa. También por allí, qué cosas, deambuló Machado con Guiomar y le recitó a la vera de la fuente. La que fue su menos ciudad de todas las que habitó, le recuerda con un verso en cada maltrecho bulevar. Y eso que no quedan los cafés de antaño, ni las tascas, y los bares de hogaño se empeñan en ser tabernas como manda la autoridad territorial de esta región encajada en el mapa federal de las Españas. Es cierto que no se piden carnés porque no hay identidad propia, cualquier persona es de aquí al día siguiente: ni lengua ni alma, aunque mucho dolor. “Vamos a estar un mes fuera de aquí. Quédate con las llaves y ven cuando quieras. Nos vamos a hacer la bohemia al apartamento de Londres”. Conchita y su marido son así de generosos, madrileños ambos, de muchas generaciones. “Para la cuenta en las pescaderías coruñesas solo tienes que dar este número. Eso sí, dile a tu amiga de Vallecas que aquí se cena con zapatos finos, no con botas camperas del Rocío”. Bien. En esas estamos.

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