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Malos tiempos para la lírica
El episodio parte del mal análisis de lo dicho por Pérez respecto a Soria, lo que provocó en Guerra una de esas reacciones furibundas que aconsejan pasar las páginas del periódico desde la distancia, con el palo del escobillón, para que no te estalle en la cara. Porque si usted reprocha a alguien por decir una bobería, no lo está llamando bobo sino estrictamente que ha dicho una bobería; lo mismo que el buen escribano no deja de serlo porque haga un borrón; ni Messi es un maleta por fallar un gol.
O sea: al decir Pérez que Soria reaccionó como un delincuente contra el Estado de Derecho para defenderse, no lo tildó de tal por más que insistan gentes poco familiarizadas con los matices, como Guerra y el propio Álvarez. No logro imaginarme a persona tan aseadita como el presidente del Cabildo revolcándose en el chiquero donde lo coloca la consejera cabildicia en aras de la doctrina del “empuercamiento” que Soria lanzara hace meses; sin aclarar en qué o en quiénes estaba pensando o si se le ocurrió delante del espejo, como a la madrastra de Blancanieves; lo que no quiere decir, ojo, que lo identifique con la bruja; no quiero asustar a mi nieta cuando le cuento el cuento.
Se trata, pues, de uno de esos episodios irrelevantes que descargan la mente de los graves asuntos de nuestro sin vivir y en los que sólo se pican quienes ajos comen. Dicen las bífidas lenguas que Guerra tiró de la suya, gruesa y tosca más que finamente bífida, porque aspira a sustituir a Larry Álvarez en la portavocía pepera del Cabildo. De ahí que Álvarez saltara también contra Pérez rompiendo una lanza por Soria, el Hacedor. Un relevo que plantearía a los escribidores el problema de cómo designarla, si “la portavoz” o “la portavoza”, mientras se resuelve la ardua cuestión de “los jóvenes” y “las jóvenas”. De entrada, aviso, descarto la variante “portacoz” ya que por muchas patadas que dé, no deja de ser Guerra una señora y uno es muy antiguo en esto del respeto galante.
Me salió la columna por ahí cuando, en realidad, iba a ocuparme del futuro de Soria en el PP. Un futuro imperfecto, más que indefinido. Por un momento pareció que sus tesis conspiranoico-cinegéticas calaban en Génova promovidas por quienes quieren desplazar a Rajoy, pero la victoria gallega reforzó su liderazgo lo suficiente para tascar el freno en esa dirección, la que conduce al abismo. Ahora exige, a Esperanza Aguirre por ejemplo, que se establezca la verdad, aunque no sé si toda la verdad y nada más que la verdad. Parece predispuesto a enmendarle la plana a la presidenta (¿o “la presidente”?) de Madrid en el asunto de los espías porque se juega su crédito como aspirante a La Moncloa y le urge aprovechar el jacío de los enemigos internos para soltar lastres tipo Soria, que nunca fue santo de su devoción.
En este sentido cobran significación los tremendos palabros de Carmen Guerra contra José Miguel Pérez. Todavía cree ella que el griterío oculta lo que hay. Sin olvidar, por supuesto, a Australia Navarro, pues, aunque su nombre lo sugiera, no está en las antípodas de la feroz consejera cabildicia. Por ahí se andan agarradas al carro soriano que se agarra, a su vez, a la vicepresidencia del Gobierno a la que se agarra también Paulino para no caerse, condicionado por el drama pepero como el que más. Me recuerdan las piruetas de cierto circo chino, tan inverosímiles que estaba yo esperando que se dieran en cualquier momento el gran partigazo. La debilidad de CC se debe, además de a méritos propios, a las malas compañías. Y dado que los psocialistas no acaban de ofrecer una alternativa real más allá de la mera posibilidad de que la tengan un día, debo concluir que vivimos malos tiempos para la lírica. De ahí las estridencias.
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