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Mayúsculas

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Admito que para ser cínico hay que saber –y los mentados cargos electos son unos maestros consumados en ese arte- y cuando uno, sin serlo, lo intenta, lo lógico es que los demás no lo entiendan de la misma forma. Otra cosa es recriminarme tales o cuales temas para, a reglón seguido, dedicarme unas palabras que venían a decir lo mismo. No obstante, respeto en lo que vale su opinión, aunque la consideración del trabajo de cada uno es personal y menospreciarla sin conocer todos los argumentos no siempre es la mejor de las opciones.De todas maneras, lo que sí ha logrado el airado lector es hacerme pensar en lo que sé y lo que no. Y si lo pienso fríamente, no sé muchas cosas. Me encantaría levantarme por las mañanas y tener la mente limpia y fresca, cargada de conocimientos que me ayudaran –y ayudaran a los demás- a construir un mundo mejor pero, la realidad, es otra. Cada cual conoce, o debería conocer, sus limitaciones y cada día voy teniendo más claras las mías.Aún así, hay cosas que sí sé y no por leerlas o escucharlas sino por vivirlas en un determinado momento de mi vida. Y al igual que admití que no barajo todas las variables que se mueven alrededor del negocio turístico, sí conozco algunas de dichas variables, relacionadas con el mundo de la cultura en las Islas. No piensen que me las sé todas –también para eso están los gestores, quienes malamente saben decir su nombre sin equivocarse en el primer apellido-, sólo conozco algunas, pero sigo teniendo un claro recuerdo. Por ello me molesta mucho que ahora se trate de añadir la palabra “mayúscula” para designar un tipo de cultura, en detrimento de la otra –con minúscula- como si valiera menos o fuera de peor calidad. Añadir calificativos rimbombantes y que llenan la boca de quienes los recitan ante los medios es sólo una vana excusa para ocultar las carencias de una disciplina que necesita de un trabajo mucho más serio y continuado. Está claro, o debería estarlo, que el trabajo diario, el mismo que realizan multitud de funcionarios –que no todos son igual de inoperantes- y personal de empresas privadas que tienen relación directa con la cultura, es el verdadero motor de dicha disciplina y no una determinada inauguración, evento o cacareada gala. Esos momentos son sólo la guinda que corona el pastel, pero nada más. Sin un trabajo serio sería imposible disfrutar de los mentados momentos de gloria.Y antes que lanzar proclamas triunfalistas, habría que preocuparse por dotar a la ciudad de las infraestructuras necesarias para que las personas se formen; y en eso Las Palmas de Gran Canaria suspende el examen con muy mala nota. Después sería bueno que emplearan los dineros públicos –y también los privados, ya puestos- en potenciar actividades que de verdad ayudaran a dicha formación. No es de recibo que se continúe racaneando el presupuesto para actividades que han demostrado su valía, de sobra, mientras que se derrochan los dineros en propuestas que no seducen ni a los organizadores. Puede que las primeras no sean tan publicitarias como las segundas, pero está claro que las necesidades de la sociedad no siempre concuerdan con las necesidades electoralistas de los partidos en el gobierno.Otro punto importante es trasformar la actual Universidad de Las Palmas, otro circo, aunque de sólo dos pistas, en una institución que de verdad ayude a la formación de los futuros profesionales. No debí pasar por el trance de estudiar en dicha institución, pero conozco de primera mano sus comportamientos y deja mucho que desear –al igual que muchas de sus propuestas académicas-. La universidad tiene, ahora, una opción de cambio, tras una época para olvidar en algún oscuro cajón. Sólo espero que la comunidad universitaria sepa aprovecharla y encarar esta nueva etapa sin las rémoras del pasado.Sobre la universidad popular, la misma que ha ninguneado y reducido a la mínima expresión el actual ayuntamiento capitalino, sólo queda recordarles que, además de bailes de salón y enhebrar collares, también hay disciplinas como informática y los idiomas, los cuales pueden interesar al común de los mortales. Lo malo es que la informática –y el uso de Internet- siempre acarrea disgustos al Consistorio y, para evitarlo, lo mejor es tacharla de los cursos ofertados.De todas formas, lo que sí sé es que la formación de las personas es un bien necesario y fundamental para nuestra sociedad. Gracias a ella, los ciudadanos se cuestionan las informaciones, las proclamas y las medias verdades que los medios y la sociedad misma vomitan a cada instante. Cercenándola, coartándola, colocando a comisarios políticos para ejercer un férreo control sólo logra confundir y propiciar una crispación que siempre termina mal. Y eso, les aseguro, que sí lo se, lo que ya es una carga suficientemente pesada viendo el nivel de sinrazón, mentira y desvergüenza en el que está sumida buena parte de la sociedad de nuestras Islas y de nuestra nación.

Eduardo Serradilla Sanchis

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