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Memoria y lealtad constitucional

Carlos E. Rodríguez / Carlos E. Rodríguez

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De todo este largo proceso de nuestra difícil y hermosa patria, lo más importante es el sentido profundo de la reconciliación nacional, tal y como la entendieron, para construir la actual democracia, hombres que venían unos de las izquierdas y otros de las derechas, pero unidos todos ellos en el convencimiento de que España, esto es, los españoles, nos merecíamos la plenitud de vivir en el seno de una comunidad civilizada y por tanto, democrática. Tengo la razonada convicción de que esta plenitud democrática no necesita reescribir la historia, pero sí desde luego leerla y entenderla sin prejuicios. Como es inevitable que suceda cuando en un país se produce una fractura nacional hubo de todo en ambos bandos y lo sensato es recoger lo mejor de cada bando y hacerlo converger en una democracia plena, única forma de gobierno que respeta la dignidad de los pueblos y de los ciudadanos.

Adolfo Suárez era un político de derechas, aún más, venía de la disciplina del Movimiento, y sin embargo nadie se atreverá a discutir la firme determinación que puso en hacer auténtico el cambio democrático, no sólo en términos de pluralismo político, sino también, y esto es muy importante, de reconocimiento de la compleja pluralidad de España. ¿Acaso no fue Adolfo Suárez quien trajo a Josep Tarradellas desde el exilio en Francia para restablecer la Generalitat de Catalunya, y fue por cierto correspondido por la nobleza del gran exilado republicano con aquel doble grito pronunciado en la plaza de España de Barcelona, camino de su retorno al Palau: “¡Visca Catalunya!...y ¡Visca España!”. Nada menos. Así construyeron aquellos grandes hombres la reconciliación nacional.

Y el resultado de la reconciliación nacional fue la vigente Constitución, en la que la Nación española “deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo, consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la Ley como expresión de la voluntad popular, proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones, promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida, establecer una sociedad democrática avanzada y colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra”.

Tengo el convencimiento de que no hay deslealtad hacia el régimen actual, ni siquiera hacia la Monarquía Constitucional, en recordar el espíritu que en 1931 animó a hombres de izquierdas y de derechas a poner sus esperanzas en la República. La Monarquía de hoy, nítidamente abierta a todos, que demuestra a diario lealtad constitucional y que no vaciló ni un instante en defender la Constitución y las libertades en la fecha triste del 23-F, no es, continuidades dinásticas al margen, como la que fue derribada el 14 de abril por la voluntad popular, encabezada por un hombre tan de derechas como Niceto Alcalá Zamora. Así que carece de sentido, para tirios y troyanos, volver la vista atrás. Lo que de verdad conviene es la continuidad en el esfuerzo unido de todos, derechas e izquierdas, para fortalecer el régimen constitucional democrático que disfrutamos, perfeccionarlo y profundizarlo. Nada más, pero también nada menos.

Carlos E. Rodríguez

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