Mirar hacia otro lado

He aplicado éstas y otras estrategias de despiste, pero por mucho empeño que le ponga, no hay modo. No puedo hablarles de otra cosa, me tendrán que perdonar. Y es que la mirada se me va hacia Oriente. Porque en aquel punto cardinal, si miramos en el mapa más allá de la crisis italiana, hay una franja de territorio con más de un millón de personas que no saben nada de fútbol, de carnaval o de reinas. Personas que se levantan por la mañana sin saber si tendrán luz, o agua, si habrá algo de comer, si funcionará algún hospital, si morirá alguien de su familia esa mañana, o si será esta vez su casa la que destruyan las bombas. Si hay suerte, quizás encuentren un agujero en la frontera y puedan cruzar al país vecino para abastecerse de suministros por unos días y hasta quién saben cuándo. Si no la hay, como casi siempre, intentarán pasar el día a base de atún en conserva, si es que son afortunados de tener aún alguna lata en reserva. Se despedirán de sus enfermos, porque ya están sentenciados a muerte, y a poco que den dos pasos se encontrarán con muros, verjas y vallas defendidas por mangueras de agua a presión. O por fusiles.

Aún así, yo intento mirar hacia otro lado con todas mis fuerzas: me pongo la máscara del carnaval y me intereso por el Olimpo, los deportes y la política. Me preocupo por la caída de la confianza en el sector empresarial y leo sobre los malos datos del paro.

Pero es que no lo consigo, las tripas se me revuelven y la náusea me obliga a volver la vista. Y como a mí, supongo que le ocurrirá a todo aquel que tenga ojos para la miseria humana. Es difícil pensar en otra cosa cuando se tiene enfrente al espanto. Y sin embargo, ahí está todo un continente civilizado, pasado por guerras, miserias y holocaustos, apartando la vista y callando. Pendientes de Obama y de las fluctuaciones de la bolsa, ahí estamos todos, ahí está Europa, la experta en horrores y en mirar hacia otro lado.

Fayna Brito