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Los obispos toman partido

Teo Mesa / Teo Mesa

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Ellos no se presentan a las elecciones, ni tienen un programa de convivencia social específica, ni son un partido político, pero sí dictan las normas para los programas políticos sean acordes con su religión católica. Otra vez en los púlpitos y en las homilías se oirán soflamas antipartidos (rojos, ateos y de izquierdas), que en sus programas lleven propuestas que se desmarquen de la moral y ética, que la misma Iglesia se arroga, como poseedora de la verdad absoluta y la razón más ecuánime, para vivir bajo los sagrados mandatos divinos, en la convivencia social que la Conferencia profetiza. Y contra todas las que sean inversas a sus consignas eclesiales, expuestas por aquella reunión celestial, iluminada a través del Espíritu Santo, desde los más altos éteres de la divinidad. Que no crean los Gobiernos Nacionales de turno, que no estarán vigilados por la recta conciencia de la Nación, dignificada en la Iglesia católica y su Conferencia Episcopal, comandada por monseñor Rouco.

Los votantes, ante los ojos del sublime consejo episcopal, carecen de libertad, de mayoría de edad y conocimientos, para tomar unitariamente decisiones tan místicas, como la del sufragio universal, y mucho menos, para votar a los partidos de izquierdas, progresistas o evolucionados. Aún en los tiempos seculares del vigésimo primero que vivimos, con las revoluciones internautas incluidas, para elegir a cualquier partido. Este debe ser el que la Iglesia designe. O sea, el que lleve el programa más afín con sus postulados doctrinales.

Las leyes eclesiásticas no se pueden imponer a la mayoría ciudadana, éstas deben ser exclusivamente para los católicos (y sobre todo para los practicantes, que son la minoría del cómputo de los apostólicos). Los estados hacen las leyes, para un país laico y aconfesional, según nuestra Carta Magna, pensando en el mayor de los beneficios en las conveniencias sociales, sin hacerlo bajo la presión del Vaticano y su purpurada curia. Faltaría más. Que se presente pues, la Conferencia Episcopal a las elecciones con un programa celestial y divino. Muy a pesar de que sean ahora un solemne poder fáctico, a quien escuchan los gobiernos sumisamente, amén de carecer el Estado de ideario religioso, que deba cumplir imperativamente. Ya les unta bien el Gobierno en parabienes y beneplácitos económicos, con réditos extraordinarios como a nadie, de forma injustificada e inmoral.

Es una aplastante razón, que a ninguna mujer -y hombre de su pareja-, que deban abortar su embarazo, por variadas y urgentes necesidades, les son asunto de agrado. Es un grave y patético fin que deben afrontar, en contra de sus conciencias, riesgo físico y ética. En los matrimonios, el divorcio tampoco en plato de buen gusto, pero existen muchas decisiones en una pareja, que obligatoriamente se deben tomar, en pro de sus libertades y bienes comunes en la misma en finalizar una funesta unión. Qué saben los célibes prelados del matrimonio y sus dolorosas rupturas, para dar consejos. O prefieren que sea un 'preinfierno' la convivencia de una pareja 'hasta que la muerte los separe' (o bien, sí está el divorcio eclesial, dependiendo de la cuantía del cheque, en truculentas artimañas para sí aceptar el divorcio). También el matrimonio homosexual es un derecho de unos ciudadanos en el ejercicio de su libertad de sexo, asumiéndolo como una unión civil y no un sacramento católico. Y persisten, en la continua obstinación de que la religión católica sea exclusiva, en creyentes o ateos, y no otra, como asignatura en la enseñanza pública de los niños y jóvenes, en un país laico y de libertad religiosa. Es en símil, a un total fundamentalismo musulmán, en la vieja Europa.

Tan preocupada está la Conferencia, por los temas aludidos, que se ¿olvidan?? en su doctrina nacionalcatolicista, sin adaptación a los tiempos y padeceres actuales: de la tragedia del paro; de la vil explotación laboral; de los excluidos socialmente; los denigrantes abusos bancarios con las hipotecas; de los emigrados y las hambres que padecen tantas familias por el paro laboral; de la ley de los dependientes, por enfermedades irreversibles; de la intolerante corrupción de los políticos, asumidas por sus partidos, como normales y a derecho; de la escuela pública y la salud hospitalaria universal; de las políticas sociales, beneficiaria para todos; y de la pederastia, que canallescamente sufren los niños y jóvenes, sobremanera por impúdicos religiosos, siendo tan grave las secuelas en los ultrajados inocentes, que dejan en sus conciencias, que muchos acaban en el suicidio. Nada dice el Episcopado en amparo de los sufridos humanos, para que el próximo Gobierno tome nota de las carencias sociales de forma cristiana. Tiene el inmisericorde fariseísmo del cura-secretario Martínez, de aducir “No entrar en opciones de partido, ni pretender imponer a nadie ningún programa político”. En parangón quijotesco, también deduzco: 'Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho'.

Teo Mesa

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