Espacio de opinión de Canarias Ahora
Omertà
Recuerdo que una de las asignaturas que mejor se me daba era la religión, sobre todo cuando se trataban temas históricos. Ésa es la razón por la cual me leí, prácticamente entera, la Biblia ?no sólo la edición para niños, sino la adulta- y los evangelios dos veces ?una de ellas, ayudado por un sacerdote que me ayudó a comprender la doctrina de Jesucristo.
El problema vino después con las malas influencias que recibía en mi casa, pues mis padres querían que pensara por mí mismo y no fuera un autómata sin raciocinio. Y también tengo que añadir las influencias que me llegaron de los pocos profesores a los que se les podía llamar con ese calificativo, quienes me hicieron ver la realidad de otra manera.
Tengo que admitir que, desde bien pequeño, no entendía la costumbre de algunos sacerdotes por juzgarnos solamente en base a nuestra valía intelectual. Para algunos de aquellos personajes, los torpes, los que no llegaban a un nivel preestablecido no valían y lo que interesaba era librarse de ellos, cuanto antes mejor. Según uno de ellos, un personaje con el que no volvería a compartir espacio en una misma habitación, su único interés era el de crear líderes, el resto le daba igual. La realidad es que ayudó a crear personas con demasiados dobleces, muchas de las cuales decían una cosa y luego hacían todo lo contrario.
A lo mejor yo no fui capaz de entender y lo que quería decir, al hablar de formar líderes, es ayudar a crear los actuales políticos canarios de la actualidad. Si ésa fue su intención, se salió con la suya, creando a todo una legión de impresentables, más preocupados de su interés personal que de atender a los demás, algo que ya hacían en su época escolar.
Después estaba el constante agravio comparativo entre hermanos totalmente distintos. Yo no tengo hermanos, pero recuerdo sentir mucha lástima por compañeros, continuamente puestos en ridículo bajo el eufemismo “No eres como tu hermano y te vendría bien aprender de él”. En algunos casos, hubo padres que se dieron cuenta del atropello, pero, en otros muchos casos, la presión continúo, día tras día, arruinando más de una vida.
Aunque lo peor de todo, y es aquí donde yo quería llegar, era la sensación, cada vez más constante, de que muchos de los sacerdotes que nos trataban de inculcar una determinada doctrina se comportaban de manera opuesta. Decían una cosa y hacían todo lo contrario. Y, cuando alguien se pasaba, cerraban filas antes cualquier intromisión que pudiera llegar desde el exterior.
Recuerdo el día en que un sacerdote, con demasiado mal genio, rompió una vara de madera en la cabeza de unos de mis compañeros. Todavía tengo la imagen de los trozos saltando sobre quienes estábamos sentados a su lado. Mi compañero se desplomó y lo tuvieron que llevar a la enfermería.
Lo cierto es que nadie habló, ni en ese momento ?ni siquiera los graciosos de turno- ni después cuando un profesor vino a cuidarnos, ni cuando salimos al recreo. El sacerdote en cuestión no volvió a aparecer ese día, ni al día siguiente y nuestro compañero no regresó hasta la semana siguiente. Después de aquello, las cosas volvieron a la normalidad, eso sí, con más miedo en el ambiente y el sacerdote regresó a clase, con una vara nueva y como si no hubiera pasado nada.
Sé que el ejemplo no es ni mucho menos comparable con todas las revelaciones que están saltando a los medios de comunicación, calificadas eufemísticamente y cínicamente de “anticlericalismo radical y demencial” o de “ataques que buscan que no se hable de Dios sino de otras cosas”, pero explica un forma de hacer las cosas que no me gusta.
Vale que algunos trapos sucios se deben lavar en casa, pero, cuando la basura es tanta, la limpieza tiene que ser contundente y, sobre todo, ejemplar. Por mucho que le moleste a la Iglesia Católica como institución ?y a muchos de los sacerdotes que me dieron clase de pequeño- todos vivimos en una sociedad civil y, aunque tengan algunas reglas específicas por sus creencias, no están por encima de la ley.
Si piensan que es Dios quien los tiene que juzgar, no los hombres, es algo en lo que no voy a entrar. Sin embargo, la realidad dicta que no estaba bien que aquel sacerdote predicara el castigo corporal en vez del respeto que predica el evangelio.
Nosotros no éramos ni fariseos, ni los mercaderes que habían convertido el templo en un mercado. Éramos niños que no teníamos por qué soportar los excesos de personajes como el poseedor de la vara de madera.
De la misma manera, aquellos que han cometido los crímenes de los que se les está acusando desde hace más de una década ?justo cuando las denuncias son Legión- si se les encuentra culpable tienen que responder ante la justicia de los hombres. No me vale que se escuden en el derecho canónigo y en zarandajas del mismo estilo.
La Iglesia lleva demasiado tiempo escondiendo sus miserias y tratando de lograr que quienes han sufrido algún tipo de abuso olviden y personen. Jesucristo dijo que teníamos que perdonar a nuestros enemigos, pero ¿en dónde está escrito que a quienes han prometido entregarse al prójimo y seguir la doctrina de Jesucristo se les deba permitir cualquier tipo de abuso? ¿Acaso se les ocurre un crimen más horrendo y perverso que el de abusar de un niño pequeño?
¿Tanto miedo tenemos a lo que vendrá después de la muerte que somos capaces de permitir que una institución como la Iglesia Católica tape y esconda a unos monstruos que merecen la mayor de las penas a las que la ley humana les pueda condenar? ¿Si es verdad que existe un infierno, al que condenan a todo aquel que osa cuestionar a la institución eclesiástica, quiénes creen que llegarán antes? ¿Serán los periodistas que contaron los abusos del fundador de los Legionarios de Cristo, o el propio fundador?
Lo peor de todo, como pasaba en mi colegio, era el código de silencio que imperaba siempre que había algún problema con algún miembro de la comunidad. Nunca pasaba nada, aunque mi colegio estaba muy lejos de ser el paraíso que describe las Sagradas Escrituras.
Tradicionalmente, el mencionado código de silencio, también conocido por la palabra Omertà, guarda una estrecha relación con la camorra napolitana o la Cosa Nostra siciliana, instituciones que suelen hacer gala de una religión exacerbada. Y no trato de hacer ninguna comparación inoportuna, pero, visto el comportamiento revelado por parte de muchos de los altos jerarcas de la institución eclesial, -destruyendo actas, silenciando los escándalos, movilizando a sus fieles para lograr acallar a las voces discordantes- uno termina por entender los paralelismos que existen entre ambas organizaciones.
Ignoro en qué terminará todo esto, en especial, porque el fanatismo religioso nunca le ha aportado nada bueno a la historia de la humanidad. Tal y como dice el dicho, no hay peor ciego que el que no quiere ver y son muchos los creyentes que son incapaces de ver que, hasta en la Iglesia Católica, existen manzanas podridas y degeneradas. Para ellos, todo es un montaje malintencionado y las víctimas, “unas rameras mentirosas, hijas de Satanás”.
Es muy fácil levantar el dedo acusador, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es muy fácil rasgarse las vestiduras y guardar silencio, una actitud que nunca podrá reparar el daño causado, ni limpiar las responsabilidades de quienes prefirieron callar antes que actuar.
No negaré que algunas de las denuncias esconderán motivos que nada tienen que ver con los abusos, pero, en muchos otros casos, esos abusos existieron y hasta que no se haga justicia la Iglesia Católica tendrá una deuda para con la sociedad en la que vive.
Eduardo Serradilla Sanchis
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora
0