La osadía de pensar
Se lo he dicho a mi Hijo: elige a tus clásicos. Pocos y concisos. En mi caso, Guillermo de Ockham, Federico Nietzsche, Ludwig Wittgenstein y Roland Barthes. Los demás, absolutamente prescindibles porque a través de esos cuatro llegarás a todas partes y a todas las ideas, y a todos los nombres.
Estos días, más prescindibles todavía. “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también sus límites.” (Wittgenstein, Tractatus logicus-philosophicus, prop. 5.6 y 5.61) Algunas personas se presentan convencidas de que su lenguaje no tiene límites. Por no más de doscientos euros por presencia, refrotan sobre pandemias, virus, vacunas, inflación, guerras varias, amnistías diversas, clima, cosecha del aceite, y el morbo siempre en nuestros medios –al menos desde el horrible episodio de Alcàsser (nadie fue responsable, al parecer). Analistas ellos y ellas, porque el término periodistas les viene corto o porque nunca han sido tales, o por ambas cosas. También militares en la reserva (no sé si cobran).
El pasado 12 de octubre, fiesta de las fiestas del absurdo, estaba tomando un Martini en el hotel Palace de Madrid con una soprano de Malta: “Hay que suprimir todas las tertulias” me dijo. “Puede” le contesté “pero manteniendo la remuneración a las personas afectadas aunque se queden en casa.” “De acuerdo, mas que vayan a las teles y radios y se hagan una foto mientras algunas cantamos.” Siempre se agradece el canto: como la funesta manía de pensar, es síntoma de vida y sosiego. Porque en medio de la algarabía, surgen las dudas y hay tentaciones de retorcer pescuezos. Los límites solo deberían suponerse en el sentido común, y en la prudencia, sin embargo brillan por su ausencia. Cómo hemos llegado, hasta aquí, claro, no se sabe. La solemnidad de lo obvio es ahora una plaga cuando debería ser una excepción. Las personas acceden al ruido confundiéndolo con información. La poca información suele carecer de rigor y la opinión suele enturbiarse con posiciones ontológicas muy cerradas. Falta generosidad.
Quizás por eso último, las metáforas futbolísticas han sustituido a las taurinas, la hipérbole inunda las retóricas y el hiato pervive en las penumbras. Hasta hay apologetas de la hipérbole: estamos en los Balcanes, al parecer, como preludio de una parusía que no va a tardar en producirse. Que se lo digan a los que sufrieron la guerra y la atrocidad en la antigua Yugoslavia, como se decía entonces; que se lo espeten a los pobres de la tierra en Gaza, mujeres, niños y hombres, y a todos los palestinos masacrados desde hace más de setenta años. Se reirán cáusticamente.
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