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Los papeles de Cheikh

José Naranjo / José Naranjo

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En todo este tiempo ha hecho un poco de todo. Ha doblado la espalda en el campo, se subió al andamio cuarenta veces y cuarenta veces se tuvo que bajar para dejar su sitio a otro que sí tuviera papeles, pintó, encaló, amasó, revolvió y cargó todo lo imaginable. Tres años dan para mucho. Y Cheikh salió del centro de acogida y se fue a vivir a un piso con unos amigos (cuatro amigos, dos habitaciones) y ahora se ha mudado otra vez y ya tiene, por fin, un cuarto propio para soñar por las noches sin que le molesten.

La crisis le pilló, así, por sorpresa, en un edificio en obras. Le dijeron, tienes que irte. Y Cheikh cogió su nada y se fue caminando hasta Miller Bajo por el mismo camino por donde había salido. Y volvió a lavar coches, siempre con su teléfono móvil encendido por si llamaba el patrón. Y pasaron los meses y pasaron los años. Siempre la misma rutina, la misma gente, los mismos noes por respuesta.

Casi tres años después de aquel día en que pisó, desconcertado, la arena de una playa del sur de Gran Canaria, a Cheikh le ha llegado el tiempo de los papeles. Por fin. A él, que ni siquiera sabe el día de su nacimiento, le toca ahora renovar el empadronamiento, pedir el certificado de penales para que se lo manden debidamente expedido y sellado desde Bamako (Malí), “inshalah”, pedir un informe al Ayuntamiento que acredite que está plenamente integrado en el barrio (?), comprobar si el pasaporte no está caducado? Una montaña de trámites y burocracia se levanta entre él y su futuro.

Pero todo parece estar en regla. En noviembre próximo, cuando se cumplan justos los tres años, tendrá al menos la opción de conseguir sus papeles. Sin embargo, le falta una cosa, un pequeño detalle. La ley dice claramente que para devolverle su condición de persona, para otorgarle el pleno y completo derecho a vivir en esta sociedad, para que pueda dejar su miedo en casa y no temer que la policía lo pare, lo detenga, lo encierre y lo deporte, para que pueda trabajar y tener vacaciones, días libres, seguro y esas cosas, Cheick tiene que encontrar un empresario que le haga una oferta de trabajo.

Precisamente ahora, con 220.000 parados en Canarias y subiendo a un ritmo enloquecido, en medio de la peor crisis de los últimos años, rodeados de un panorama desolador de consumo estancado y gobiernos timoratos, justo ahora es cuando Cheikh, negro, simpático, fuerte, pero sin estudios ni papeles, necesita una oferta de trabajo. “La cosa está chunga”, me dice con su acento maliense. Y yo lo miro y pienso qué estaremos haciendo mal para que una buena persona como Cheikh tenga que pasar por este calvario incomprensible con el único objetivo de que le admitamos en nuestro club selecto de dueños del mundo.

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