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Pertinaz Brito
En el final de su intervención, Marcos Brito dijo:
-Quiero agradecer, en nombre de mi Grupo y en el mío propio, la cortesía con que don Salvador García nos ha tratado estos días previos al pleno.
Después de la votación, con el salón de plenos hecho un avispero, una auténtica sampablera, y el secretario general del Ayuntamiento apremiándonos a una intervención drástica, manifestamos:
-Calma. Que haya sosiego. El nuevo alcalde no puede tomar posesión en estas condiciones. El público lo entenderá.
Se apaciguaron los ánimos y se procedió al escueto ceremonial, entrega de bastón de mando incluida.
Fue el 14 de julio de 1995, cuando se materializó la moción de censura que Brito encabezaba para acceder a la alcaldía. Era la última oportunidad: su partido le confió casi en exclusiva las negociaciones con el Partido Popular que había obtenido mil votos más y un concejal más pero, incomprensiblemente, cedió su privilegiada segunda posición de modo que pudo materializar su anhelo de ser nuevamente alcalde, esta vez, en democracia.
No guardamos rencor por esa censura, absolutamente injusta. Unos días antes nos habíamos reunido en lugar público a solas, en un intento de desbloquear hechos que dificultaban una entente entre los dos partidos que representábamos. Pero apenas entró a negociar. La decisión ya estaba tomada y fue lo suficientemente sincero como para darla a entender. No hubo rencor, desde luego, pero fue el comienzo de una larga y común etapa corporativa compartida entre la alcaldía y la oposición, cada quien en la defensa de sus modelos y de sus credos ideológicos.
Las reseñadas manifestaciones de aquella sesión reflejan, en cualquier caso, el respeto que recíprocamente nos íbamos a dispensar en el futuro, principalmente en el plano personal y familiar. En el político, hubo disparidad gruesa -principalmente en lo concerniente a decisiones sobre privatizaciones de empresas y servicios- plasmada en debates crudos y en alguna oportunidad, crueles. El suyo fue un desempeño edilicio en el que no quería dar el brazo a torcer aunque mayúsculas fueran las adversidades. Atesoraba las habilidades del veterano para intentar pillar o hacer caer en contradicciones y para dar un imperceptible paso al costado cuando venían mal dadas.
Disentimos de ese modo de hacer política tan unipersonal, tan terco, a menudo basado en métodos anacrónicos, una cultura desfasada de administrar la miseria y un discutible apego para orillar los enredos y las normas. Pero valoramos su entrega, su compromiso y su responsabilidad, las pruebas acreditativas de su amor a la ciudad.
Al final, aunque una nueva candidatura no le hacía mucho tilín, se fue del Ayuntamiento porque su corazón quiso.
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