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Puente de Plata

Federico Utrera / Federico Utrera

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Porque Puente se ha convertido, al silencioso trote y nunca al galope, en uno de los intelectuales y poetas de mejor fuste y mayor brío que conforman el exilio canario de la Villa y Corte. ¿No es esto un ditirambo o un débito? A mi extraviado juicio no, aunque admito que son otros los naturales que “suenan” más en el campo de las letras nacionales. Pero a mi de Puente me gusta que rasca hondo, vuela lejos y afina mucho y que es un poeta que lee. Esto, en estos tiempos, es decir mucho pues ya nadie se acuerda de la máxima de Borges: “Muchos presumen de los libros que han escrito. Yo presumo de los libros que he leído”.

Puente es un hombre de letras que hace honor a su apellido entre Canarias y Madrid. No en avión, móvil o correo electrónico sino que como en el barco ebrio de Rimbaud, la trayectoria de sus archipiélagos, para bien o para mal, lo conforman. Lleva años con su tesis doctoral sobre las ínsulas en la literatura, pero no las Canarias, sino todas las del mundo, reales o imaginarias. Recuerdo que una vez le advertí que en su infinita, inacabable e inabarcable nómina incluyera a Erasmo de Rotterdam por sus “Islas Afortunadas” del “Elogio de la Locura”. Para su memorable conferencia sobre lo insular en la Casa de Canarias, no me hizo mucho caso, quizás porque no crea del todo que Erasmo empleara sólo una antífrasis para su célebre libro. Porque lo que me distancia de Puente es que para él la isla es un agravante y para mí, un eximente. Y, sin embargo, su fiebre isleña es mucho más grave, y su enfermedad, más sonora y esplendorosa que la mía.

“Agua por señas” se toma en serio el lenguaje y esto es un descomunal elogio, aunque parezca una obviedad en un literato. Porque en estos tiempos recios los camaleones han pasado del desierto de otras épocas a las pobladas selvas, con lo que es más complicado identificarles. Por eso a Puente sus detractores le acusan de “excesivamente barroco” mientras sus exégetas lo alaban precisamente por su “neobarroquismo”. Sé que admira a Góngora o Lezama Lima, pero como simple degustador de poesía y no como crítico, yo creo que Puente escribe cada vez más claro y transparente y que sólo le falta la eterna osadía de llegar aún más al fondo para insinuar al mundo los velados misterios de esa cáustica boda entre un caballo solitario y su crin de espuma. O será que para algunos irredentos, con el tiempo y la arruga lo barroco se hace posmoderno y diáfano. Siento además que a Antonio Puente le espanta la quema aunque parece que simplemente se marcha para no molestar. No vean al poeta como un enemigo político ni como alguien que huye del “homo normalis”. Pero si lo hacen, bríndenle al menos la coartada del crimen y que la escalera bizantina por la que escape sea de plata.

Federico Utrera

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