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¿Quo vadis Canarias, tierra mía?

Carlos Castañosa

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Mi tierra… En algunos casos utilizamos el adjetivo posesivo mío/a, y su apócope mi, en primera persona, con significado no de posesión sino de pertenencia. Es decir, cuando hablo de mi barrio, mi profesión, mi mujer… no quiero decir que soy el dueño de mi barrio; ni que tal profesión es solo mía, cuando soy una pequeña parte de ella; o que mi mujer me pertenece, pues en la realidad soy yo el poseído por mi entrega idólatra de rodilla en tierra…

Del mismo modo, y con parecidos vínculos afectivos, cuando hablo de mi tierra canaria, no se trata de una posesión, sino de mi pertenencia a una patria de la que formo parte, como privilegio que la fortuna tuvo a bien otorgarme; sin más mérito que dejar que mis sueños me persiguieran y ponérselo fácil.

No se manda en los sentimientos aunque, si son adversos, puede controlarse el comportamiento para intentar camuflar las formas. Pero el fondo es inaccesible para la voluntad. Cuando la pasión desborda el polo positivo, solo queda la placidez de disfrutarla y agradecer a la vida el premio, merecido o no, de los momentos felices.

La querencia por el terruño, bien como lugar de nacimiento o por arraigo sobrevenido, rebasa el simple concepto de apego como inclinación hacia una geografía determinada. Se sublima el sentimiento por efecto de la admiración al contemplar el paisaje convertido en un estado del alma.

Tras esta declaración de orgullo canario, conviene repasar el panorama actual. Asomada de nuevo la cabeza después de la ahogadilla que, como broma de mal gusto, nos ha tenido sumergido el espíritu demasiado tiempo en las turbias aguas de una tragedia colectiva, intempestiva y destructiva, ha llegado el momento de recuperar el aliento. Es imprescindible la objetividad con sentido práctico que nos aleje de tonterías y opiniones privadas e ilusorias, sobre proyectos de actuación reconstructiva y global a aplicar en las áreas afectadas por la pandemia; que lo han sido todas, sin excepción, con mayor o menor intensidad según su grado de influencia previa en la estructura económica y social de nuestras islas.

El turismo, con su 35% de aportación al PIB local, era sin duda el monocultivo primordial y fundamento de la economía insular. El riesgo, sabido de siempre, era la vulnerabilidad ante cualquier acontecimiento intempestivo que cortase en seco la afluencia de visitantes como les sucedió, por otros motivos pero igualmente nocivos, a los países competidores durante su primavera árabe.

¿Supone esto la ruina definitiva para el sector? Obviamente no. Esto tiene arreglo, aunque es evidente que la “nueva normalidad”, que afectará a todos los ámbitos socio-económicos, impondrá en el sector turístico cierta radicalidad en los cambios, a base de analizar las deficiencias operativas anteriores para corregirlas con criterio técnico.

Por desgracia, la inevitable implicación política en la gestión supone un serio hándicap que, como siempre, redundará en perjuicio colectivo y a favor de intereses espurios que poco tienen que ver con el bien común. Un detalle sintomático, percibido como motivo de alarma en el ámbito turístico: ¿cómo es posible, o qué explicación tiene, el reciente nombramiento de una vice consejera que no conoce absolutamente nada del ramo, que apenas aporta una brevísima trayectoria política de intrigas, sin una sola actuación brillante, con un palmarés plagado de conflictos y una minicarrera fulgurante, con el solo mérito de hurtar la cuerda de los afectos más cercanos para trepar impunemente?

En boca del ínclito J. F. Borrows: “Para el mal político la ambición es patología, la lealtad entelequia y la dignidad es como un bidé: instrumento en forma de guitarra de uso desconocido”.

Con la confianza puesta en una sociedad civil, que es la única capaz de resolver sus propios problemas, es muy plausible la esperanza de recuperación en un futuro inmediato, que sea pedestal y cimiento del porvenir a largo plazo que Canarias merece y los canarios deseamos.

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