Espacio de opinión de Canarias Ahora
Reflexiones para mi primer nieto
Apenas pasadas las fiestas navideñas y cuando sólo cuentas con unas semanas de vida, he querido escribirte esta carta con la esperanza de que tus padres la conserven y te la enseñen cuando tengas uso de razón y tú puedas leerla y, sobre todo, entenderla. Probablemente para entonces yo estaré ya en el Oriente Eterno o con las facultades mentales bastante disminuidas y no podría decírtelo yo mismo de la forma como se deben decir ciertas cosas. En cualquier caso, de una u otra manera, lo importante en la vida son los recuerdos que atesoramos, esas huellas que dejamos al transitar por el camino de la vida. Con gran sencillez literaria, pero con una enorme profundidad y sentimiento, los versos de Antonio Machado han sabido expresar magistralmente esta realidad:
Caminante son tus huellas el camino nada más;
caminante no hay camino se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
¡Caminante, no hay camino sino estelas sobre el mar!
Por circunstancias de la vida, que son mejor olvidarlas para siempre, no pude estar presente en aquellos tus primeros días de nacido ni cuando viniste al mundo. La distancia y la diferencia de husos horarios nos gastaron la broma simpática de que nacieras el 26 de diciembre por la noche en donde vivíamos tus abuelos paternos, en Gran Canaria, y que al mismo tiempo ya fuera día 27 de madrugada en Valencia, en donde te dejó la cigüeña, que por esperarte no le dio tiempo a emigrar hacia zonas más cálidas.
A pesar de todo, quise ser al menos un abuelo virtual y le insistí a tu padre, mi hijo, que te hicieran muchas fotos y vídeos para inmortalizar esos primeros momentos. Algunas de esas apresuradas imágenes las miro y remiro una y otra vez, e incluso se las he reenviado a mis amigos, pero sólo a los pocos a los que pudiera interesarles vernos felices. Es lo mejor que pude y supe hacer en aquellos momentos. Me gustaría estar seguro de que eso no te haya molestado en demasía ni te haya traumatizado, pero ya debes intuir a estas alturas cómo eran los abuelos de entonces, sobre todo los que aún no nos acostumbrábamos a entender que ya nos habíamos hecho mayores, tal vez muy mayores. Chochos, tal vez muy chochos.
Tú, mi querido nieto, naciste en la Valencia bañada por el mar Mediterráneo. Tus abuelos maternos y paternos, también tu padre y tu madre, vinimos al mundo vecinos del océano Atlántico, unas aguas tan bravas que han renunciado a llamarse mar para utilizar el sonoro nombre de océano, palabra tan especial que hasta es esdrújula. Y quién sabe si eso nos hizo así, tal como somos o como fuimos, siempre añorando el terruño cuando estamos lejos y con un profundo sentido familiar siempre a flor de piel aunque no se exprese con palabras.
Pero tú, mi querido nieto, eres heredero de la tradición mediterránea, madre de las civilizaciones que nos han forjado como pueblo a las orillas del mare Nostrum, desde Algeciras a Estambul, dos puertas a otros mares y otras culturas en ambas puntas del inmenso lago. Joan Manuel Serrat, un cantante mediterráneo como tú pero ya mayorcito cuando naciste, tenía una canción cuya letra decía: “Soy cantor, soy embustero me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero ¡qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo!”. Espero y deseo fervientemente que tu espíritu se haya impregnado de lo mejor de ambos mundos, el atlántico y el mediterráneo, y no te hayan contagiado la mentalidad pequeña y algo mezquina de los que sólo ven en una isla un trozo de tierra aislado del mundo, ellos dicen que protegido, por un gran océano.
En dos de los vídeos que me mandó tu padre se ve a tu abuela dándote un par de vuelta y vira, de atrás para adelante y de adelante para atrás, después de un baño y ante la mirada casi atónita de tu madre. Se te oye rezongar un pelín, pero no está muy claro si es protestando o animándola para que lo repita. Quizás es que ya desde entonces te gustaba brincar y saltar por el aire, como reza la letra de un popular sorondongo majorero. Viniste al mundo sin un libro de instrucciones para tus padres. No les ha quedado a ellos otro remedio en estos años que aprender cómo funcionabas, probando una y otra vez e intentando equivocarse lo menos posible y sabiendo que no hay recambios disponibles. Eras y eres una pieza única y por tanto valiosa e irremplazable.
Y para terminar esta larga carta, mi querido nieto Bruno, tan sólo quisiera darte un consejo por si te sirve en tu vida, que espero que sea muy larga y feliz. Toda la filosofía que oriente tus acciones debe guiarse por un principio fundamental: No les hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a tí. O dicho de otra forma, trata a los otros de la misma forma en la que te gustaría que te trataran a tí, ni más ni menos, aunque si te es posible trátalos mejor, pero nunca peor que el trato que recibas. La vida es con frecuencia como un frontón, devuelve la pelota que lanzas contra la pared. Al margen de creencias religiosas, la filosofía cristiana que ha inspirado la civilización occidental en la que vivimos, atribuye a Jesús como eje de su doctrina la máxima: “Ama al prójimo como a ti mismo”. No dice que lo ames más, se conforma, y no es poco ni fácil, con que no sea menos.
Eso me lo enseñó mi padre. Yo se lo transmití al tuyo, o al menos eso intenté. Espero que lo hagas con los que te sigan en el futuro.
Tu abuelo canario.
José Fco. Fernández Belda
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