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De sebadales y otras coñas
Pero veamos el lado positivo. Que gasten de forma presuntamente inútil un pastón de dinero público no resulta novedoso sino que responde a la línea acreditada de la administración autonómica, muy constante en su proceder de procedencia política. Al menos, sabemos todos a qué atenernos, lo que hace que el Gobierno se acerque, aunque sea malamente, al ideal de transparencia al mostrarnos el qué, el cómo y sobre todo a beneficio de quién actúa. Porque éstos no dan nada gratis.
También es acertado el esfuerzo de Berriel para ajustarse al epígrafe de su Consejería. Ésta resulta serlo, ya saben, de “Medio Ambiente” y nada más cierto porque es lo que les queda después de cargarse el otro medio. Puede presumir el consejero de que él no engaña a nadie. En esta clave se entiende mejor el sentido de su anterior hazaña con el dichoso Código de Especies Desprotegidas Total para regular el número de bichos autorizados a cagar en los campos insulares; entre los que no debe figurar el pájaro chirringo como su propio nombre indica. Mucho se dijo contra el Código, pero lo cierto es que la Constitución no reconoce el derecho de libre defecación y mucho menos a la fauna incontrolada que nada respeta.
Son congruentes las dos actuaciones de Berriel que les comento pues contribuyen a reducir aún más el Medio para dejarlo en cuarto y mitad. Tiene razón don Pepito cuando arremete contra los falsos ecologistas, esos seres en constante desacuerdo que no aprecian la belleza de los barrancos alicatados hasta las mismas cumbres para que no crezcan yerbajos y pajullos que tanto afean; ni árboles que no tengan los papeles en regla.
Espero que perdonen el choteo columnario de hoy pero no es posible hablar en serio de esta gente. Aunque tiendan, eso es lo peor, a crear escuela en una sociedad, en este caso la grancanaria, donde es posible llevar un gallo al juzgado por cantar a la salida del sol. Acaba de ocurrir en Santa Brígida y no hace tanto pasó lo mismo en otro lugar, si mal no recuerdo por el Sur. Lo que me hace temer que los gallos estén tan perseguidos como los fumadores. Tienen que ser los denunciantes gente urbanita ignorante de que es el imperativo genético y no las ganas de fastidiar lo que induce a los gallos a saludar al sol. Esto, no sé si lo saben ellos, es así desde que el mundo es mundo y los gallos, gallos. Fueron ellos lo únicos que galleaban libremente y a voz en cuello cuando Él habitaba entre nosotros, con lo que ya me contarán.
Total que entre sebas trasplantadas, limitaciones al derecho de libre defecación porque no lo recoge la Constitución y la censura a los gallos, no sé adonde vamos a parar. Y no les cuento de cierto amigo, poeta, que se negaba a ir al campo porque, aseguraba, el aire limpio le provocaba sarpullidos y ganas de vomitar. Y no les cuento no vaya a ser que la anécdota sirva de pretexto para autorizar la instalación en el parque del Teide de una machacadora de áridos de gasoil.
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