Quien siembra vientos…
… cosecha tempestades, lo que advierte de las terribles consecuencias que puede acarrear realizar malas actuaciones o predicar malas doctrinas de forma que advierte que todas nuestras acciones en la vida generan consecuencias pudiendo ser, incluso, negativas. Sembrar es el acto de poner semillas en la tierra para que germinen en un tiempo determinado, aunque, dependiendo del esmero y cuidado, puede que salgan o no. Por otro lado, se cosecha cuando se procede a la recogida de los frutos, de forma que, si es abundante es porque hemos hecho un buen cultivo. En las relaciones personales, económicas o políticas también sucede. Buenas acciones siembran amistad, cariño y solidaridad. Malas acciones, en cambio, solo traen enemistad, odio y desprecio.
Asumiendo que en cualquier conflicto nadie gana, porque todas partes aportan atrocidades, pongámonos en situación sobre el desarrollado en Oriente Medio entre la población árabe e israelí. Este ha marcado la historia de la región durante más de un siglo, por no irnos mucho más allá. Su raíz se encuentra en una mezcla de factores históricos, culturales, religiosos, económicos y políticos que han llevado a una serie de guerras y tensiones continuas. De hecho, a principios del siglo XX Palestina era parte del Imperio Otomano. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, las fuerzas británicas tomaron el control de la región, prometiendo a los árabes la independencia, al mismo tiempo que se prometió el apoyo a la creación de un hogar nacional judío, generando, por lo tanto, expectativas y demandas contradictorias, dando como fruto una intensificación de las tensiones en la década de 1920 y la de 1930.
A partir de aquí, acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial aumentaron la presión para crear un Estado judío independiente en Palestina. De hecho, en 1947, las Naciones Unidas propusieron un plan de partición que dividiría Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo control internacional. Posteriormente, en 1948, fue proclamada la independencia del Estado de Israel, momento en que Egipto, Jordania, Irak, Siria y Líbano la invadieron, culminando en 1949, dejando a Israel el control de gran parte de su territorio original y al pueblo árabe con Cisjordania y la Franja de Gaza. En las décadas siguientes, el conflicto se intensificó. Significativa fue la Guerra de los Seis Días en 1967, ya que Israel ocupó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, lo que llevó a tensiones adicionales con el pueblo palestino. A partir de ahí, a lo largo de los años, los esfuerzos de paz han tenido altibajos. Sin embargo, los enfrentamientos persisten donde el conflicto ha dejado una huella profunda en la región, con ciclos de violencia, atentados terroristas y represión militar tanto por una parte como por la otra.
Pero ¿por qué es tan determinante? La economía de la región es muy diversa, aunque depende en gran medida de la extracción y exportación de petróleo y gas junto al trasiego del comercio internacional y tal circunstancia imprime carácter por lo que, aunque intentemos extraer la razón humanitaria, los intereses económicos vuelven a dar un salto a la primera línea donde, a medida que avanza el siglo XXI, la historia solo hace recordarnos que las aspiraciones geopolíticas de la región junto a las heridas del pasado siguen influyendo en el presente. La búsqueda de una resolución pacífica continúa, pero la historia nos recuerda que no es un camino fácil. Ahora solo hace falta dilucidar quiénes son los buenos y quiénes los malos. Y mientras, la gente sigue muriendo.
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