Quien pierde es la ciudadanía que va dos pasos por delante de la clase política enzarzada en su propia incapacidad. Las embestidas contra Zapatero van más allá de la crítica que sin duda merece y siguen en la misma línea infame de insultos, calumnias y mentiras desarrollada por el PP y sus aliados de la ultraderecha, ahora con su punto de malvado regocijo. Para ellos Zapatero es un asesino y quien colocó la bomba en la T-4. Pensar que puede contarse con los peperos contra el terrorismo es retórica: no van por ahí y no se lo permitirán los ultras redivivos. No sorprenden las reacciones del PP tras lo de Barajas. Como tampoco sorprende demasiado la incoherencia con que se apresura a aprovechar electoralmente la situación. Es lógico, desde luego, que la oposición aproveche los errores del Gobierno; no tanto que siga mintiendo sin reparar en sus propias contradicciones, aunque sólo sea por respeto a la inteligencia de los ciudadanos. Sin ir más lejos, el macho Soria ignoró el anuncio gubernamental del fin del proceso al afirmar que las negociaciones siguen y repetir la matraquilla de la sumisión de Zapatero a los dictados de ETA. Ni ocurrírsele lo absurdo de que los etarras forzaran la ruptura de un proceso de paz que controlaban, según Soria. Ya les dije ayer que los etarras son asesinos pero no idiotas. Idiota es no ver que si ETA rompió la baraja es porque no obtuvo concesiones. Tampoco es una lumbrera que digamos Ángel Acebes. Aseguró el hombre que en 2004, con él de ministro de Interior, ETA estaba vencida, desbaratada, en el fondo del pozo y que Zapatero le ha permitido recuperarse de su postración y rearmarse. Yo no sé si ETA aprovechó o no el proceso de paz para rearmarse, pero no me negarán que coneja poco esa afirmación con la insistencia del PP en que ETA fue autora del atentado de Atocha: no debía estar entonces tan vencida, desbaratada ni en el fondo de pozo alguno, como dice Acebes. ¿En qué quedamos? Se coge más pronto a un mentiroso que a un cojo. Acabo por donde empecé: no tenemos una clase política capacitada. Y encima le toleramos sus agresiones a nuestro sentido común. Quizá porque consideramos atenuante la mediocridad y a la desvergüenza atributo propio de su oficio.