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El viento y la sangre
Al fin llega a España uno de los autores más ignorados de novela de gánsteres: M.A. West, el impulsor de un género, similar al polar de los franceses, en los Estados Unidos, según quienes lo habían podido leer. Un autor que quiso permanecer en el anonimato, protegido por un seudónimo y cuyo éxito inicial se vio frenado por la discusión entre los herederos que impidieron tanto su reedición como su traducción. Ni siquiera Gallimard pudo incluirlo en su famosa Serie Noir. Sabíamos de su existencia por alguna cita de Alberto del Monte en su Breve Historia de la Novela Policíaca (1962) y una nota a pie de página de Jerry Palmer en su La Novela de Misterio (Thriller 1982). Es cierto que sus contemporáneos consideraron que era un mero imitador de Cain y el pulp, pero otros estimaron su lenguaje pulido y sus diálogos rápidos, normalmente escritos en slang, sus temáticas, a medio camino de La Llave de Cristal y las obras de José Giovanni. De hecho, el autor más cercano a M. A. West en Europa es Giovanni si juzgamos por El viento y la Sangre.
Esta es una novela que Jim Thompson o Mcoy podía haber escrito. Tan rápida como 1280 almas y tan cruel como Los Sudarios no Tienen bolsillos. Los personajes son gánsteres, cómo los de Giovanni son mafiosos o gente del mileiu. Por lo que el planteamiento que lleva la novela detectivesca de un orden roto que debe ser recompuesto por la acción del investigador es trasplantado a otro orden social, el de los delincuentes y su mundo, con sus reglas y pautas. Y es el protagonista Ruy Bambridge el encargado de recomponer ese orden delictivo como si de un Philo Vance o un Poirot cualquiera se tratara. Esto la aleja de la novela negra al uso, aquella en el que el protagonista no pretende recomponer el orden sino minimizar los daños, tal y como lo expresó Lew Archer, el personaje de Ross McDonald.
La ironía está servida. El autor da la vuelta a la novela policíaca al uso. Estira la propuesta de Hammet en la mencionada La Llave de cristal y va más allá de La Promesa de Durrenmatt. Quizás fue esto lo que asustó a sus colegas y críticos cuando empezó a publicar. Los Kennedy no tardarían en empezar su batalla contra la mafia y West describía ese mundo antes que Mario Puzzo escribiera el Padrino o Gay Talese Honrarás a tu padre. Hoy en día, describir el mundo de los delincuentes nos parece normal. Es otro mundo que se ha literaturizado, cargado de símbolos, guiños, etc., y transitamos por él con cierta fluidez, literariamente hablando. Pero en su momento, el atrevimiento de West fue ponerlo en primer plano y no buscar culpables según la moral normal. Los culpables lo eran desde el punto de vista de los delincuentes, no de los policías, jueces y fiscales.
Otra interpretación es que West describía el orden criminal como si fuera el orden normal, el implícito en el orden que vemos, en la sociedad en la que vivimos, supuestamente protegidos por todo un aparato de represión y seguridad. Si Thompson y Mccoy hablaban de policías corruptos amigos de los delincuentes, West va más allá y parece querer decir que ese es precisamente el orden normal. El del crimen. Que toda la sociedad se sustenta sobre el crimen. Que su mundo no es un mundo paralelo a aquel que vivimos. Que la excrecencia, lo anormal, es la sociedad de reglas y leyes en la que nos movemos. Que es la otra, la del delito, la que sustenta, controla y regula el mundo en que vivimos.
Pero esto son solo impresiones de un lector. Tendremos que esperar a que los traductores se decidan a darnos otra entrega de las aventuras de Ruy Bambridge para que podamos seguir disfrutando de lo que alguien llamó los diálogos que Hemingway hubiese querido escribir.
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