Los dos asesinatos de Romina Celeste

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En el oficio de comunicar, nos enfrentarnos en cada noticia con un compromiso que asumimos sobre qué tipo de conversación queremos mantener con la sociedad. La violencia machista que acude a las reuniones de contenidos cuando ocurren asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, debe interpelar al equipo de redacción para abordar cada caso desde una perspectiva de género y saber, en cada momento, cómo asumir el enfoque sin añadir más ruido, dolor o perpetuar las dinámicas patriarcales o violentas que en última instancia, nos matan.

En este debate atropellado por la actualidad irrumpen las noticias del juicio del asesinato machista de Romina Celeste, cuyos detalles nos interpelan, junto a todas las violencias, por las características de lo acontecido en vida y tras la muerte de una mujer que pidió ayuda y a la que no supimos escuchar. Tenemos que escuchar su voz queda ahora, en los detalles de un veredicto que nos habla de un sistema que practica sobre las mujeres la violencia incluso después de muertas y con un mensaje muy claro: la muerte no puede salvarnos y escrito queda en sentencias y titulares ese recado para todas las demás.

Los horribles detalles del caso hablan de cómo el asesino confeso, Raúl Díaz, marido de Romina Celeste, la mató, la quemó en una barbacoa y esparció sus restos. “El coordinador de la investigación relató que fue el 15 de enero cuando localizaron la única evidencia física del crimen. Cerca de la playa de Las Cucharas apareció un pulmón de Romina. Un socorrista lo había encontrado diez días antes, le había hecho una foto y lo había tirado a un contenedor de escombros pensando que se trataba de restos de origen animal. Pese al tiempo transcurrido, el pulmón seguía en el mismo lugar, en avanzado estado de putrefacción. Los médicos forenses que declararon después explicaron que esa pieza se cotejó genéticamente con un cepillo de dientes de la víctima y con una muestra extraída a su madre y se determinó que pertenecía a Romina”.

Hay algo muy violento en profanar un cadáver. Todas las culturas esperan, a través de los mecanismos que desarrollan para superar la pérdida, que nuestro cuerpo reciba el mismo respeto que nuestra memoria. En la entrada del Juzgado de Las Palmas de Gran Canaria, la madre de Romina Celeste nos decía a través de los medios que se sentía desahuciada de todo consuelo, porque con un asesinato no solo se quita la vida a una persona.

Y es que, este caso no se puede mirar de medio lado, ni pasando página, ni sin asumir el impacto de la sociedad resultante de este crimen. Nosotras podemos elegir cómo llorarnos, no callarnos nunca, ocupar los espacios por las que perdieron la voz. No somos las mismas que por la televisión vieron a Ana Orantes decir que su marido le pegaba y en las noticias del mismo canal se enteraron de que finalmente la mató. Ahora sabemos que los espacios se ocupan, que los silencios no valen la pena, que por todas ellas hay que tomar la palabra en la reunión de contenidos, interrumpir la clase para un debate sobre el tema en los institutos, sacar el tema mientras se come en la mesa, hablarlo cuando salimos con las amigas y llegar solas y borrachas a casa. Se lo debemos a todas las que en el camino encontraron, no a un enfermo como decimos en las manifestaciones, sino “a un hijo sano del patriarcado”. Se lo debemos al nombre y la memoria de Romina.

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