Espacio de opinión de Canarias Ahora
El virus del miedo
A toro pasado es fácil decir que no había que traer a los sacerdotes. Pero en el momento en que se informó de la decisión, la posibilidad de un fallo en los protocolos de seguridad no era siquiera considerada. El Gobierno garantizó la seguridad del traslado y de la atención, y aquí sucumbimos a esas garantías alegremente publicitadas. Pero ocurre que en cuestiones de salud pública las garantías absolutas no existen. Lo que hay es valoración de riesgos. Y decisiones que se adoptan valorando riesgos y resultados. Como casi todo en la vida.
Al final, la mayoría asumió un acto de solidaridad dirigida, que aún dejando fuera del paraguas a quienes habían colaborado con los sacerdotes en el terreno, tenía la ventaja política de vender nuestra capacidad de respuesta como país. Durante unos días, el Gobierno nos vendió discretamente el mensaje de haber protagonizado un rescate hollywoodiense, y casi todos tuvimos la esperanza de que sirviera de algo. Luego los dos sacerdotes murieron y muchos pensamos que quizá habría sido mejor destinar todos esos esfuerzos y esos recursos no a salvarlos a ellos, sino a salvar el trabajo que tuvieron que dejar de hacer en África.
Y ahora, con la alarma desatada y el virus del miedo paseándose a nuestro lado, algunos prefieren instalarse en el debate de las responsabilidades o sacar tajada del pánico. Sinceramente, a mi me da bastante igual saber ahora quién tiene la culpa. Creo que lo importante es determinar si fue un fallo humano, si los protocolos no funcionan, o si resulta que aún no conocemos bien las capacidades de este virus. De lo que estoy seguro es que algo parecido a esto iba a ocurrir más temprano que tarde. Podía pasarnos aquí al lado, o en Texas, o de nuevo en ese Magdeburgo que este bicho infame ya aterrorizó en los sesenta. Hemos tenido la mala suerte de que nos tocara la ruleta, pero nadie en su sano juicio podía pensar que una enfermedad altamente contagiosa y mortal, con siete mil afectados en los últimas tiempos, fuera a quedarse para siempre jamás donde no incordia demasiado, matando sólo a pobres de solemnidad.
Occidente ha estado mirando para otro lado, como hace siempre, como hizo con el sida –que apareció en África a finales de los años 20- hasta que el sida se convirtió en un problema de salud pública en Estado Unidos y Europa. Tres décadas después de que eso ocurriera, cuando el sida ha infectado a más de setenta millones de personas y matado a casi la mitad de ellas, se ha logrado que la mortalidad se reduzca año tras año, no sólo en los países desarrollados, sino en todo el mundo. El sida ya no provoca pánico, sabemos por fin como mirarlo a la cara.
Es cierto que ahora las cosas van mucho más rápido: el Ébola no mata más de lo que mataba el sida hace treinta años, pero lo hace muchísimo más rápido, con efectos fulminantes. Es probable que pueda controlarse el contagio de la paciente cero española. Pero este no va a ser –de ninguna manera- el último episodio. Hay que estar preparados para lo que viene: el nuestro es un mundo único, unido por redes de transporte que comunican las grandes ciudades de los cinco continentes en menos tiempo de lo que tarda el Ébola en manifestar sus primeros síntomas. Tendremos que acostumbrarnos a convivir con él virus. Y cruzar los dedos esperando que el desarrollo de nuevos sueros experimentales –sean derivados del Zmapp o cualquier otro- logren reducir su altísima mortalidad actual. Pero las investigaciones llevan tiempo y requieren de recursos que hoy siguen sin liberarse por los gobiernos. No estamos ante las trompetas del Apocalipsis, pero el miedo es explosivo. Y muy muy contagioso. Mucho más que este virus con vocación genocida.
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora