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Giro liberal frente a la crisis (I)

Román Rodríguez / Román Rodríguez

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Considero positiva la creación del Mecanismo Europeo de Estabilización del euro, dotado con un fondo de 750.000 millones de euros, para parar la presión conjunta que realizan los mercados de deuda pública, las agencias de calificación de riesgo y los especuladores financieros, sean éstos quienes sean. En mi opinión, también van en el buen camino las medidas para corregir algunas deficiencias de la construcción de la Unión Monetaria, como el hecho de que no exista una política económica y fiscal común, al menos coordinada y más efectiva que el insuficiente Pacto de Estabilidad y Crecimiento; pacto de estabilidad que, por cierto, quienes incumplieron primero fueron Alemania y Francia en 2004, en función de su propia coyuntura y sin que existiera la crisis económica que hoy padecemos, como ha denunciado el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet.

Valoro, asimismo, la decisión del BCE, fuertemente criticada por Alemania, de adquirir a partir del 9 de mayo deuda pública de países con problemas en los mercados financieros, sumándose a una actividad que habitualmente realiza la Reserva Federal Estadounidense o el Banco de Inglaterra, abandonando su exclusiva dedicación a controlar una inflación que, por otra parte, se encuentra en mínimos históricos.

Pero en esa Cumbre Europea también se acordó un radical cambio de orientación de las políticas económicas contra la crisis que me parece, como a tantos otros, un grave error. En efecto, a partir del 9 de mayo la UE abandona la política desarrollada durante los dos últimos años de estímulo fiscal de la demanda, con fomento de la inversión pública para favoreer la actividad y la recuperación económica, combatiendo así el desempleo. Esa política de corte keynesiano era hasta ahora la acordada en todas las cumbres habidas del G-20, y es la que impulsaba y sigue defendiendo Obama en EEUU.

Esa política fiscal común expansiva es sustituida por una estrategia de ajuste duro del gasto público, una política de austeridad fiscal, empujada por los gobiernos liberal-conservadores europeos y por lo que Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, llama los “halcones del déficit”. Este brusco giro en la política económica europea supone priorizar el ajuste severo del gasto a corto plazo, deprimiendo la demanda, sacrificando la recuperación económica y generando más desempleo, así como recortando el estado del bienestar. La prioridad ya no es la recuperación sino el control del déficit público de los estados.

Al mismo tiempo se intenta trasladar a la ciudadanía que esa política de ajuste duro del gasto es inexorable y que es lo único que se puede hacer para salir del atolladero. No obstante, es exactamente lo contrario de lo que aconseja el Informe del Grupo de Reflexión sobre el futuro de la UE en 2030, presidido por Felipe González, y que fue presentado el mismo mes de mayo en el que los dirigentes de la Unión aprobaron el giro en sus políticas anti-crisis. “Para salir de la crisis -señala este Informe- necesitamos mantener medidas anticíclicas, hasta que la economía despegue por sí misma, porque la máxima prioridad sigue siendo crecer y crear empleo. Si aquellas se cortan a destiempo podemos retroceder. Asimismo, los estados que tienen más margen de maniobra han de asumir mayor liderazgo”.

Con esto último se refería, fundamentalmente, a Alemania, que con un déficit público de apenas el 3,3% del PIB y una deuda del 73,2% no necesitaba hacer una reducción presupuestaria de 80.000 millones de euros como la que ha anunciado, con consecuencias de retroceso en el crecimiento para toda Europa, dado su peso económico en el continente. Máxime cuando el Gobierno alemán sigue siendo capaz de colocar sus bonos de deuda soberana a unos tipos de interés bajísimos. No es tanto una necesidad económica para Alemania y otras potencias como una demostración para toda la UE de la nueva orientación que quiere imponer la opción liberal a la salida de la crisis.

Agravar la recesión

Como señalaba Krugman recientemente, “reducir drásticamente el gasto cuando todavía estamos padeciendo un paro elevado es muy mala idea; no sólo agrava la recesión, sino sirve de poco para mejorar las perspectivas presupuestarias, porque gran parte de lo que el Gobierno ahorra al reducir el gasto lo pierde, ya que la recaudación fiscal disminuye en una economía más débil”. La aprobación de planes de austeridad conjuntos por parte de los gobiernos de la Unión hace que las probabilidades de la recesión se prolonguen en el tiempo. Es decir, que se sequen aquellos famosos “brotes verdes” que se anunciaban en la actividad económica europea.

Este es uno de los asuntos centrales en la cumbre del G-20 que se celebra en Toronto este fin de semana, junto con las reformas del sistema financiero internacional. Mientras que para Obama lo prioritario es estimular el crecimiento de la economía, la UE, dominada por la ortodoxia liberal, aboga por la severa y rápida reducción del déficit. El presidente de EEUU considera, en una carta dirigida al G-20, que “nuestra mayor prioridad en Toronto tiene que ser la de salvaguardar y fortalecer la recuperación (?) Trabajamos muy duramente para restaurar el crecimiento; no podemos perder vitalidad ahora”. Se trata de una prioridad que comparto. A los resultados de esta Cumbre y a la obsesión por rebajar el déficit en Europa sólo por la vía de la reducción del gasto y no por el aumento de los ingresos, dedicaré la segunda parte de este artículo.

* Presidente de Nueva Canarias.

Román Rodríguez*

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