Pocas horas después de la publicación del acuerdo entre Hamas y Al Fatah, los israelíes rechazaron el trato sellado por los palestinos, por no incluir éste las tres exigencias clave formuladas por Tel Aviv: el reconocimiento de facto del Estado judío por parte del movimiento islámico, la renuncia de todas las facciones palestinas a la llamada “violencia terrorista” (léase, lucha armada) y la aceptación explícita del actual jefe del Gobierno palestino, Ismail Haniyeh, de los acuerdos negociados en la década de los 90 por la plana mayor de la OLP. Aunque los líderes del movimiento islámico se vieron obligados a reconocer la vigencia de los tratados bilaterales, sus portavoces no dudaron en reiterar su postura primitiva frente al Estado judío: “Nunca reconoceremos a Israel. Para nosotros, no existe un ente llamado Israel. No se trata de una realidad y ni siquiera de una ficción”, manifestaba en Gaza el portavoz de Hamas, Nizar Rayyan, poco después del anuncio oficial de la capital saudita. Aun así, conviene señalar que el compromiso entre el movimiento islámico y la plana mayor de Al Fatah logra acercar posturas hasta ahora irreconciliables, facilitando el entendimiento entre los sectores laico y religioso de la sociedad palestina. Ello podría y debería redundar en el cese de la violencia, sentando las bases para la cohabitación entre corrientes antagónicas. La presencia en el nuevo Gobierno de Unidad Nacional de personalidades independientes, llamadas a ocupar las carteras más codiciadas y conflictivas –Interior, Asuntos Exteriores y Hacienda- garantiza el ya de por sí precario equilibrio entre las dos facciones mayoritarias. Huelga decir que los extraños malabarismos de La Meca obedecen, en realidad, a múltiples y complejas razones. En efecto, en este caso concreto, los intereses de los palestinos se entremezclan con la obsesión de la Casa Blanca de reconducir el acuerdo de mínimos recogido en la (mal) llamada Hoja de Ruta, aunque también con el deseo de la dinastía saudita de lograr que Hamas abandone la órbita del radicalismo chiíta, encarnado por Hezbollah y la República Islámica de Irán. Los saudíes, que fueron los valedores primitivos del islamismo palestino, se comprometieron a conceder ayudas por valor de 800 millones de dólares al nuevo Gobierno, supeditando, eso sí, su generosidad al mantenimiento del orden público en los territorios administrados por la ANP. A esta cantidad se sumarían, en un futuro no muy lejano, otros 400 millones de euros, retenidos por Israel en concepto de tasas e impuestos. Gracias a esta aportación, el nuevo Gobierno estará en condiciones de pagar los sueldos de los funcionarios públicos y los correspondientes atrasos, reservándose parte de los fondos para la puesta en marcha de proyectos socioeconómicos prioritarios. Aunque a primera vista todo parece girar alrededor de la credibilidad del futuro Gabinete palestino, hay que reconocer que la mayoría de los actores internacionales esgrime (u oculta) argumentos de otra índole. Las potencias europeas –Francia, Alemania y Rusia– tienen interés en levantar las sanciones financieras, que han afectado, ante todo, a las capas más desfavorecidas de la población de los territorios. Mientras las autoridades germanas pretenden apuntarse un tanto durante la presidencia de la UE, los rusos tratan de aprovechar el desconcierto generalizado para revitalizar su papel de gran potencia en la región de Oriente Medio. A su vez, Francia intenta lanzar una operación sonrisa hacia las capitales árabes, valiéndose de su hasta ahora desconocida política mediterránea. La UE, interesada en la estabilidad de la zona, ve con buenos ojos la tregua entre facciones rivales, considerando que el éxito de este proceso podría sentar las bases para el diálogo entre Ramallah y Tel Aviv, entre las capitales de Oriente Medio y Bruselas. Pero todo depende, como señalábamos antes, de la aceptación del milagro de La Meca por los miembros del Cuarteto. Aunque también cabe la posibilidad de echar la culpa de un posible imaginario fracaso a los islamistas de Hamas, a quienes se les quiere obligar a que renuncien, sin contrapartida alguna, a gran parte de su programa político. Casi nada…(*) Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman *