Continúa dejando indeleble huella allí donde pisa la alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria. Y no nos referimos en estos momentos al escándalo que le montan los bomberos en cualquier acto público, sino al escándalo que es ella misma con sus propias circunstancias. Algunos empresarios que la han escuchado recientemente hacer planteamientos de futuro están acudiendo a sus terapeutas para que les coloquen las mandíbulas en su sitio. Y no es que se hayan excedido en la carcajada saludable y retortijona, sino que se quedaron boquiabiertos al escuchar a tamaño portento explicar que La Gran Marina se va a hacer y que el edificio de las Oficinas Municipales del Metropole se recalificará para convertirse en viviendas de lujo. Todo ello sin pestañear y, encima, recriminando a los empresarios que no la respaldaran cuando toda la legalidad les dio la espalda a ella y a los manolos. Es una pena que ninguno le recordara el ridículo que hizo acudiendo a Bruselas a defender un proyecto ilegal, en vez de presentar a las autoridades comunitarias un mísero proyecto que permitiera un poco más de actividad económica para la ciudad. Y un poquito más repartida, que no se le puede seguir dando todo a la misma empresa, Pepa, mi niña.