Sepan, como primera medida, que el Cabildo ya ha encargado a algunos estudios de arquitectura de la capital grancanaria pequeños proyectos de piezas sueltas de la operación del Estadio Insular. Esos encargos contradicen por completo los anuncios de Bravo de Laguna de que piensa realizar otro concurso de ideas, lo que llevaría mucho tiempo y mucho dinero (el del anterior mandato costó unos 200.000 euros), y apenas le quedan tres años de mandato para inaugurar su capricho. De ahí que haya aceptado el modelo puzzle, consistente en ir desarrollando el proyecto en varias piezas con un coste aquilatado que le permita eludir los engorrosos (y transparentes) concursos públicos. Luego, con todas las piezas concluidas, los equipos arquitectónicos del Cabildo, respaldados por la UTE ganadora, compondrán un proyecto final que será presentado a la ciudadanía como oferta ganadora de ese inexistente concurso restringido de ideas. Como si los hubiéramos parido, oye. Cuando veamos ese resultado final comprenderemos por qué no servía el anteproyecto de Guerra-Casariego, que había evolucionado hasta combinar lo que ahora dice pretender Bravo, una propuesta que contemplara la inversión privada para hacer viable el conjunto público.