Las palabras se las lleva el viento, lo escrito permanece. El alcalde de Las Palmas de Gran Canaria lo sabe, o al menos lo debería saber. Del mismo modo que sabe que una carta como la que el pasado mes de febrero remitió al presidente del Gobierno iba revestida exactamente de la solemnidad y del alcance que él mismo le quiso dar cuando la entregó casi de inmediato a los medios informativos para que la publicaran dos días después. La carta forma parte de una estrategia del Partido Popular de Gran Canaria encaminada a marcar el territorio frente al Gobierno regional mediante la invocación de viejos fantasmas como el agravio con la isla de Tenerife, el insularismo más rancio, vamos. Pero sirve también para tener por escrito cuáles son las supuestas prioridades del gobierno municipal de Juan José Cardona. El PP necesita una bandera mediáticamente sostenible que le permita resistir la crisis y justificar medidas impopulares como las que está tomando en todos los órdenes institucionales. Y para sustentar su disgusto contra el Gobierno, disgusto que ha ido acompañando de la algarada correspondiente del presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Bravo de Laguna, el alcalde puso unos ejemplos que a su juicio son representativos del desprecio que inflige el Gobierno a la capital de la isla.