Poco más de un año le ha durado a Claudio guión Alberto Rivero Lezcano la hemorragia de satisfacción que le generó que Juan José Cardona lo eligiera a él y no a otro como su hombre. Como su hombre fuerte dentro del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria para lidiar con tareas tan ingratas como la organización interna, los recursos humanos y la nada domesticable Policía Local. Henchido de gozo y de satisfacción por la confianza que en él depositaba el alcalde, Rivero se ha comportado como el perro cenizo con un lucero en la frente de García Márquez que “irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, desbarató tenderetes de indios y toldos de lotería, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino”. Rivero Lezcano mordió a la secretaria general de la Corporación, al hasta hace poco interventor municipal; escupió a la cara con cada una de sus actuaciones a los representantes de los funcionarios, que han llegado a conducirle ?sin éxito, por el momento- a los tribunales de justicia, versión penal, por algunas de sus más estrambóticas posturas, que lo son casi todas. Despreció el juego democrático como sólo hacen los tiranos, y se permitió muchas veces ser el César en lugar del César con el regocijo indisimulado del César. La sentencia del Tribunal Constitucional conocida este lunes amortiza su cargo de director de gobierno, de concejal no electo. A Cardona, su protector, le queda la opción de convertirlo en director general, pero es una pérdida de galones que esta prima donna no va a considerar equiparable a su condición de gran gestor de lo público al que los súbditos no le mostramos la gratitud merecida.