La juez, que se entretuvo bastante en analizar el comportamiento de don Pepito en la sala de vistas, relata cómo el condenado “encargó averiguaciones” sobre los famosos e inexistentes papeles de México, pero sin contactar con el consulado de España en México DF, y que los abogados a los que hizo el encargo (los periodistas seguramente no servían para estos propósitos) “no pudieron precisar si el poder [notarial por el que las demandantes creaban la empresa fantasma] existía o no”. Tal “falta de precisión”, relata la juez, la conocía don Pepito antes de lanzarse a publicar la noticia, lo que le importó básicamente una higa. También ha llamado la atención de la juzgadora lo dicho en la vista por don Pepito acerca de que el periódico “informara de lo que existía, [fuera] veraz o no veraz”, aún a sabiendas de que “una persona se había presentado en sus dependencias a fin de comunicar la existencia de un certificado emitido por el Consulado de España en México acreditativo de la falsedad del documento cuyas imágenes resultaron finalmente publicadas”. Todo ello lleva a la juez a incluir en su sentencia una frase muy elocuente: “De lo anteriormente expuesto se desprende la existencia de un claro y notorio desprecio a la verdad en la información publicada”. Es decir, que a sabiendas de que lo que iba a publicar era falso, el ilustre editor de Nivaria siguió adelante con su propósito. Y se quedó tan pancho.