Ricardo Peytaví es un periodista como pocos. Gratuitamente pleitista, mastodósticamente inquieto, pretendidamente sabiondo, constantemente rezongón y bastante amargado, se ha convertido por méritos propios en una mala caricatura de la deriva que está tomando por esta maldita crisis esta controvertida profesión. Podemos catalogarlo como un periodista boya, esos que siempre terminan flotando en las aguas más cenagosas, vulgo pozos negros. De un tiempo a esta parte comparte con otros el dudoso honor de ser escribiente de los proféticos, desquiciados e hilarantes editoriales del periódico El Día, donde le dan la oportunidad del grotesco desahogo, del que parece tan necesitado. Pero ese destino se le debe estar quedando corto, lo que le ha obligado a pedir que le echaran una manita a ver si puede convertirse por fin en el periodista de cabecera de José Manuel Soria, tan necesitado de un periódico propio, a ser posible digital, que le permita hacer frente al desamparo en que se está sumiendo el presidente del PP canario. Lo malo es que, ni siquiera arrodillándose a la altura de las palanganas, va camino de conseguirlo. Ya ha tenido las primeras trifulcas en la estrella madre, donde le han dicho que mejor se queda aquí de escribiente, que el periodismo de verdad es cosa muy seria. Y él no está ya para esos trotes.