El delegado especial de Hacienda para Canarias dio la razón a los funcionarios en su queja y ordenó que algunos de ellos se trasladaran al edificio central de la Plaza de los Derechos Humanos, lo que aquel día causó graves contratiempos a los contribuyentes, con el consiguiente y natural cabreo. Pero es que en el edificio de toda la vida las cosas no están tampoco para mucho jolgorio: la planta baja parece envuelta en papel de cartucho, es madera, pero se trabaja en semi penumbra; las dos últimas plantas llevan meses también en obras, y hace una semana en la quinta le caían cascotes de la sexta a los funcionarios mientras trabajaban. Sabemos que hay crisis y que se recauda menos, pero tampoco es para ponerse así de cutres. ¿No?